𝐗𝐕.

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La única condición que Coraline había puesto para volver a ver a Damiano es que esta vez fuera en su casa. Le había contado durante aquella llamada cómo había descubierto dónde vivía, y todas las cosas que había escuchado. Sin embargo, y de manera bastante poco sorprendente, Damiano no le había dado ni una sola explicación sobre sus palabras. Coraline estaba harta. Odiaba todo aquel secretismo. Y suponía que cuando llegase allí y pudieran conversar, algunas cosas se irían resolviendo.

Fue Damiano quien pasó a buscar a Coraline, quedándose en la puerta del edificio hasta que ella bajase. Y, en completo silencio tras saludarse, emprendieron camino hacia la nave donde vivía. El lugar estaba alejado de todo. No había ni un alma cerca, y eso mismo le daba mala espina a la pelirroja. Algún motivo debía de haber para aquello, ¿no?

Damiano cumplió su acuerdo y llevó a la joven a su casa. Estaba vacía, ninguno de sus compañeros se había quedado allí para ver a la joven. Por supuesto, por orden suya. Todo estaba bastante ordenado, y la decoración era más bien minimalista, básica. No es que necesitasen muchos más muebles de los necesarios. Los dormitorios estaban tras varias puertas, al igual que el cuarto de baño. Todo lo demás era una estancia.

No había cocina.

—¿Quieres que guarde tu chaqueta? —preguntó el joven. Coraline negó. No se la quitaría. Hacía algo de frío allí dentro. Se preguntó siquiera si tendrían calefacción.

—¿Y tus amigos?

—Fuera.

Coraline se sentó en el sofá, y dejó la cajita que había encontrado en su cuarto sobre la mesa que había frente a ella. Comenzó a sacarlo todo, despacio. Objeto por objeto, dejándolos todos en fila para que tanto ella como el italiano pudieran verlos bien.

—Quiero saber qué es todo esto.

Damiano se sentó frente a ella, al otro lado de la mesa.

—Son tus cosas.

Sus cosas. Cosas con siglos de antigüedad. Cosas que no había visto en su vida. El retrato, la carta...

—¿Yo escribí esa carta? ¿Te la escribí a ti?

Damiano asintió. Aquello le costaba más a él que a ella, aunque aún no pudiera saberlo.

—¿Y por qué hay sangre?

—Porque te mataron después de escribirla.

Sólo hubo silencio tras aquello. Ninguno de los dos se atrevió a hablar. Era su sangre la que manchaba la carta. O la sangre de alguna versión suya que había muerto sin siquiera despedirse de su amado. ¿Cómo habrían llegado hasta esa situación? ¿Cuánto habrían tenido que sufrir para acabar con aquel destino, aun así?

—No recuerdo nada.

—Porque esta es otra vida. Has vuelto a nacer. Varias veces durante estos años.

—¿Cómo sabes eso?

Damiano se quedó en silencio.

—¿Eres como yo? ¿Te ha pasado lo mismo?

—Sí —mintió. Sin embargo, Coraline le acabaría creyendo.

Damiano era exactamente el mismo hombre que se había enamorado de la preciosa Coraline Bianchi en 1744. No había muerto. No había renacido. No había necesitado recuperar sus recuerdos. Siempre había sido él. Y por ello ahora cargaba con el duro paso de los años como si fuera una cruz. Por ello, también, la desesperación era profunda dentro de su propio ser. La rabia, la pena. Todo se mezclaba y habitaba dentro de él. Desde hacía tantísimo tiempo que cada vez recordaba menos sus últimos momentos de verdadera felicidad.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora