𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈.

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La nieve caía temprana en la ciudad de Milán. Los copos eran finos, lisos, y se derretían en cuanto tocaban el suelo. Así era la ciudad. Húmeda, fría. Aunque, en el fondo de los recuerdos de Coraline, aún podía sentir la nieve sólida entre sus manos, en un pasado tan lejano que ni siquiera sería capaz de encontrarlo.

A veces le dolía la cabeza. Cada vez almacenaba más en su memoria y eso parecía pasarle factura; pero el tiempo frío parecía arreglarlo todo, y sus paseos matutinos por las afueras de la ciudad también.

Veía a Damiano de vez en cuando, cuando el tiempo y las circunstancias se lo permitían. Los problemas internos que se habían comenzado a dar en el grupo no permitían a la joven regresar a su hogar. Aunque, en parte, lo agradecía. No le gustaba sentirse cerca de Victoria. La intimidación que le inundaba el cuerpo cada vez que se encontraban cara a cara era suficiente como para no querer volver a verla. Más de una vez se había planteado si la vampira —porque podría llamarla así, ¿no?— quería hacerle daño. Si tenía algo contra ella o si simplemente estaba deseando probar su sangre.

¿Es que la pelirroja era más valiosa que los demás? ¿Tenía eso algo que ver con Damiano o simplemente con su condición? Su condición. ¿Qué condición era esa? Estaba viva, pero había muerto varias veces. Había nacido varias veces. Tal vez sólo podía llamarse bicho raro.

O, lo que era incluso más cercano; maldita.

Cuando noviembre llegó a su fin, Coraline llenó su pequeña maleta de todo lo necesario para un pequeño viaje. Algo de ropa cálida, mudas limpias, y el libro que estaba leyendo. No necesitaba demasiado, pues sabía que la compañía y todo lo que estaba a punto de visualizar serían más que suficientes.

Damiano y ella habían quedado en la Estación Central de Milán a las diez de la noche, cuando el sol ya se había puesto y la noche poblaba toda Italia. El joven apareció en la estación en cuanto el reloj marcó la hora exacta, y Coraline ya le estaba esperando allí. Ninguno parecía llevar demasiado equipaje.

Cuando Damiano llegó hasta ella, la tomó por las mejillas con una suavidad infinita y besó sus labios.

—¿Preparada?

—Si te soy sincera, no.

El romano rodeó a la pelirroja con uno de sus brazos, y de pronto se sintió más que segura. Tranquila como no lo había estado durante los preparativos del viaje.

—Va a ser un viaje largo. Llegaremos poco antes del amanecer.

—¿Y si nos retrasamos?

Damiano la miró, a sabiendas de que él mismo se estaba poniendo en peligro. La travesía duraría muchas horas, y tan sólo esperaba encontrarse en su destino antes de las seis de la mañana.

—Entonces tendrás que protegerme tú a mí —añadió.

Coraline asintió, a sabiendas de a lo que se enfrentarían si eso pasaba. Damiano nunca le había explicado qué pasaría si el sol bañaba su piel con su luz; pero sabía que nada bueno.

El tren estaba prácticamente desértico. No eran horas para viajar. Aunque, en el fondo, ambos lo agradecieron. Podrían hablar sin disimulo, sin que sus palabras se confundiesen y los malos oídos los tildasen de locos. Podrían ser ellos mismos durante unas horas.

Se sentaron juntos al fondo del vagón. Damiano había insistido en comprar billetes para la zona más lujosa del tren; razón de más por lo que estaba vacío. La joven, que había dormido más bien poco y lucharía por mantenerse despierta todo el viaje, apoyó la cabeza sobre el hombro del cantante.

—Puede que esto lo cambie todo, ¿lo entiendes? —rompió el silencio el propio Damiano, a lo que Coraline asintió.

—Lo entiendo. Y espero que lo cambie —murmuró ella, sin levantar la cabeza—. ¿Alguna vez me has llevado allí? En otras vidas.

—Nunca —confesó Damiano—. Tampoco he vuelto solo. No he sido capaz de hacerlo.

El viaje sería un descubrimiento para ambos, en parte. E incluso Damiano, muerto en vida, sentía aquel cosquilleo de nerviosismo en el estómago.

Pasó una hora, después dos. A veces hablaban, otras no hacía falta. Ambos se encontraban cómodos, el uno con el otro. Damiano era incapaz de dormir, por lo que se limitaba a mirar por la ventana, disfrutando de la nieve que chocaba contra las ventanas del tren. Le acariciaba el pelo a Coraline, que en algún momento sí que se había rendido ante el sueño; aunque volvía a despertar de vez en cuando. No quería quedarse dormida, pero Damiano se lo permitía siempre.

—¿Puedes hablarme de mi familia? —le preguntó ella tras varios y largos minutos de silencio.

—¿Qué quieres saber?

—Lo que tú sepas.

—Por dónde empiezo... —Damiano se incorporó un poco, mirando a su compañera de viaje, que también le observaba—. Tu padre se llamaba Giuseppe. Era banquero antes de casarse con tu madre, pero heredó el título en cuanto contrajeron matrimonio. El duque y la duquesa. En esa época las riquezas siempre eran posesión del hombre de la casa, así que él siempre estuvo a la cabeza. Tenías una hermana mayor, Aurora. No vivía en tu casa, pero iba de visita de vez en cuando. Estaba casada con un marqués, o algo así. Y...

—¿Y qué?

Damiano se mantuvo callado, y le besó la cabeza a Coraline. No parecía querer hablar más de lo necesario y, como siempre, ella se moría por respuestas.

—Hay cosas que deberías averiguar por ti misma.

—Damiano.

—Joder.

—Damiano —repitió.

—Por favor.

Coraline se incorporó, con la vista fija en él. Siempre le producía preocupación cuando el cantante se quedaba callado. Siempre significaba algo, y no solía ser nada bueno.

—Tengo derecho a saberlo.

Se hizo el silencio durante unos minutos, hasta que Damiano decidió entonar palabra.

—Lo sabrás cuando tengas que saberlo.

Y así terminó la conversación. Se mantuvieron callados durante las siguientes horas. Damiano se sintió un miserable por no contarle a la joven lo que había estado a punto.

¿Pero cómo podría? ¿Cómo podría explicarle que había muerto a manos de alguien de su propia familia?

¿Cómo podría explicarle todo lo que había pasado aquella noche?

El primer asesinato.

El segundo.

Y después, la tercera muerte de la noche. 

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora