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Las grandes áreas verdes y los frondosos bosques era algo que caracterizaba a la ciudad de Múnich en Alemania, fuera cual fuera la estación, la ciudad siempre se veía hermosa. Su etapa favorita del año para Elaine era el otoño, donde los verdes árboles pasaban a ser de color amarillo, naranjo y hasta marrones. Le gustaba recoger las hojas hasta formar pilas enormes y luego simplemente sumergirse en ellas, era algo que esperaba por meses, la llegada del otoño.
Múnich era una ciudad preciosa que combinaba dos cosas, su arquitectura que mezclaba la antigüedad con la modernidad y el hecho de que fuera un hermoso campo a la vez. Podías encontrarte bosques enormes y lagos, lo que más se apreciaba era las enormes montañas que envolvían la ciudad, los frondosos bosques también escondían castillos del siglo XVIII, como el castillo de Blutenburg.
Y a Elaine le fascinaba su ciudad, le encantaba Alemania. Sabía que su padre pertenecía a Japón pero no le importaba si él mayor no le hablaba sobre su otra cultura, ella estaba muy feliz de aprender sobre sus raíces nórdicas.
Fue en uno de esos tantos días donde ella jugaba en el patio de su casa, que su singularidad despertó. Se había ensuciado la ropa al estar jugando en el barro — por las lluvias recurrentes en otoño — y ya sabía que su madre iba a regañarla cuando la viera de esa manera. Así que intentó entrar a su casa haciendo el menor ruido posible pero no fue capaz, pues la puerta trasera rechinó apenas la abrió. Su madre, Khloe, estaba en la cocina.
La mujer soltó un chillido, la menor ya estaba pensando en la reprimenda que le daría su madre por ensuciar pero no fue eso lo que la hizo gritar. Quitando el estado de su hija, lo sucia que estaba y que estuviera embarrando el piso con lodo, no fue eso lo que la horrorizó.
Fue el cambio en el color de los ojos de su hija, se acercó rápidamente, poniéndose de cuclillas frente a la pelirroja, tomando entre sus manos el regordete rostro de la menor. Notando que sus brillantes ojos verdes habían sido cambiados por un destello dorado, estaba aterrada.
— ¿Qué le hiciste a tus ojos?— preguntó, asustada.
— ¿Mis ojos? — repitió ella en voz baja, tratando de tocarse el rostro.
— Elaine, dime que le hiciste a tus ojos.— pidió, con las manos temblando.
— No le he hecho nada, mamá.— contestó, estaba confundida.— Estaba jugando en los charcos pero no le he hecho nada, ¿Por qué?
Al momento de decir tales palabras, la mujer pudo ver por sí misma como las mejillas de su hija se teñían de rojo, y el calor en su cuerpo aumentaba como si tuviera fiebre.
Khloe se puso de pie, histérica. Quería saber que demonios le estaba sucediendo a su hija, por lo que sin importarle que su marido estuviese trabajando, lo llamó tantas veces que a Haru lo que quedó más que contestar, a pesar de que estuviera de turno en el hospital.
