𝐅𝐫𝐢𝐝𝐚𝐲'𝐬 𝐂𝐡𝐢𝐥𝐝 ━━ 𝐷𝑟𝑎𝑐𝑜 𝑀𝑎𝑙𝑓𝑜𝑦

𝟐𝟒

Como la mayoría de los días, Draco se encontraba en la sala de requisitos, repitiendo desesperadamente encantamiento tras encantamiento, frente a un viejo y desvencijado armario que estaba seguro de que estaba roto sin remedio.

Después de lo que le pareció su centésimo intento, dio un paso atrás frustrado, pasándose los dedos por el pelo y resoplando de fastidio. Estudió detenidamente el armario, jugando con el colgante de la cadena que colgaba de su cuello, deseando que simplemente funcionara.

Sacudiéndose el fastidio, se dirigió a la jaula de pájaros que tenía a su lado, en la que había un par de palomas, y metió la mano para sacar una de su percha. Ignoró los chillidos de protesta de los pájaros, los colocó en el armario y cerró la pesada y maltrecha puerta.

Respirando profundamente, relajó los hombros y extendió el brazo hacia afuera, sintiendo la varita que se posaba pesada en la palma de su mano, permitiéndose disfrutar de la magia que corría por sus venas, hasta que la envolvía toda, tan pesada que podía saborearla y olerla: ya no era un mago y su varita; en ese momento, se convirtieron en uno.

—Harmonia Nectere Passus. —murmuró, canalizando toda esa magia palpable hacia el armario. Cuando salió de su cuerpo, pudo sentirlo. Había funcionado. Lo sabía. Podía sentirlo. Tembloroso, se acercó al armario, conteniendo la respiración mientras extendía sus delgados dedos y abría la puerta. El pájaro había desaparecido. Todo él. Rápidamente, repitió el conjuro, antes de abrir la puerta para ver que el pájaro estaba de vuelta, completa y totalmente intacto.

Lo había arreglado.

Todo lo que podía pensar era, mierda, mierda, mierda.

Debería haber estado eufórico, debería haber saltado de alegría, debería haber invocado al Señor Tenebroso y a sus seguidores, mentalizándose para matar a Dumbledore. Debería haber sido feliz. Pero todo lo que podía sentir, todo lo que lo consumía, era una sensación insoportable, ineludible, de miedo absoluto. Pensó que podría desmayarse o vomitar. Todo lo que había querido hasta ese momento era hacer que el armario funcionara, pero ahora lo hacía no quería nada más que retroceder cinco minutos y que no volviera a funcionar.

Ahora, tendría que invitar a entrar a aquellos que habían invadido su vida, que la habían plagado de nada más que magia oscura y penurias, vendrían y derribarían ladrillo a ladrillo el colegio, un lugar al que había llegado a llamar hogar, un lugar de solaz para el chico que estaba tan perturbado. Hogwarts había sido seguridad y protección para él durante los últimos años, y así era como iba a devolvérselo. Los mortífagos lo destruirían, y a todo y a todos en él. Incluyendo a Juno.

Joder. Juno.

Su mente se aceleró. No podía dejar que le hicieran daño. No había tenido la oportunidad de despedirse. Había perdido tanto tiempo evitándola y ahora su tiempo se había agotado y ni siquiera podían tener una última y dichosa noche de viernes juntos.

En contra de toda lógica y de los deseos del Señor Tenebroso, en lugar de convocar a los mortífagos de inmediato, Draco huyó. No sabía dónde la encontraría, no sabía si ella estaría allí, pero sus piernas lo llevaron hasta el lago, hasta su lugar, sólo esperando, rezando, que ella estuviera allí -suplicando al universo que le hubiera dado una señal. "Te necesito Juno, ven al lugar que es nuestro",cantó una y otra vez en su cabeza, sólo esperando que de alguna manera ella pudiera oírlo. Le ardían los pulmones y sus músculos le pedían a gritos que redujera la velocidad a medida que avanzaba por los terrenos del castillo, pero eso sólo lo animaba. No tenía tiempo. Tenía que encontrarla.

Se sintió como si hubiera encontrado oro cuando emergió entre los árboles y se encontró con la visión de ella, tendida junto al lago, con el pelo extendido por la hierba y un libro en la mano. Ella estaba allí. Estaba allí. Ella estaba allí. Su trance se rompió cuando escuchó sus pesados pasos acercándose, rápidos y fuertes. Levantando los ojos de su libro, se sorprendió al ver a Draco corriendo hacia ella, con la cara mortalmente blanca y aterrorizada, jadeando para respirar.