- Capítulo 31 -

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Dona observa al hombre que tiene postrado a cuatro patas en el suelo como a un perro. El pelo de él desliza suave entre las manos de ella, cosa que la obliga a mantener el agarre de hierro para no dejar que se la vaya de las manos, y la cabeza de Albert se mantenga hacia arriba, mirándola a los ojos.

Es inevitable que ella haga comparaciones con Alex, el primero y único hombre que alguna vez ella tocó siquiera. Tan distinto de Albert como el agua y el aceite, y eso ya la parece bien a Dona. Porque que si Albert fuese igual, ella no estaría allí para inicio de conversa. Como tampoco en aquella situación ahora.

Alex siempre prefirió a Dona arrodillada en el suelo, con la boca abierta y receptiva para saborear su pene. De la misma forma en la que se encuentra Albert en este instante, pero Dona no tiene un pene para metérselo en la boca como tantas veces la metieron a ella.

Intentar por todos los medios contentar a un hombre que no está a gusto contigo es una batalla perdida, y ahora Dona lo sabe por experiencia. Sin embargo, eso no hace que los recuerdos duelan menos. Ni siquiera se hacen menos amargos. Por eso ella vuelve a centrarse en el espécimen que tiene delante, y observa como él procura mantenerse inmutable ante todo aquello. Sin embargo, nadie es tan inmutable como Dona. A lo que ella recuerda, aún sigue esperando una respuesta de Albert. Pero no volverá a repetir la pregunta, el dolor puede hablar por ella perfectamente. Clavar más las uñas en la piel blanquecina de Albert resulta tan normal como respirar, y tirarle del pelo un juego de niños. Ahora él ya no la mira con la misma petulancia de antes, mucho mejor así. La amabilidad no tiene lugar aquí, la crudeza puede que sí. Y demonios, Dona está harta de la amabilidad. ¿Qué ventajas eso la produce a ella? Ninguna.

En todos los años en que ella lo fue, nunca recibió a cambio respeto como recompensa. Y eso la produce tanta rabia que sin querer aplica más fuerza de la que tiene pensada en el brazo de Albert. Él traga saliva acompañada de un gruñido, y Dona observa con desconcierto que antes lo que era una línea blanca ahora se está convirtiendo en roja. Como cuando un gato afila las garras en el brazo de alguien y deja marca. Escuece como el diablo no mucho después.

Y aun así Albert sigue en silencio, los ojos bien abiertos. El azul infectando a Dona como un virus. Solo ojalá la belleza fuese igual de infecciosa.

Dona no quiere miradas de él, ella necesita estímulos y respuestas.

—¿No piensas responderme cielo?— Dona vuelve a preguntar sin querer dejarle más marcas en el brazo, o estrujarle más del pelo de lo debido. No es divertido si él no opone resistencia o se queja. Que aquello no es la escena de una peli de terror y Dona tampoco quiere ser el verdugo de nadie. Sin importar el estrés que ella lleva encima.— Aburrido.— Ella acerca el rostro a centímetros de los de Albert. Ambas narices tocándose. Hay calor de por medio y un rubor molesto en las mejillas de él. Las pupilas de Albert se dilatan de repente, y ahora él se ve nervioso, incluso más que antes cuando Dona le pisó la mano con fuerza. ¿Acaso él cree que Dona lo va a...? Por la forma en la que él baja la vista a la boca de Dona ella sabe que sí. — Descuida tontito, prometí no insertarte nada, y mi lengua hace parte del trato.— Explica con tranquilidad, aunque solo para torturarle un poco más, con delicadeza, ella permite que sus labios toquen los de Albert. El beso dura solo unos instantes, y es idéntico a los que Dona daba a su madre cuando ella era más pequeña y quería el trozo de chuchería que la señora Neves recién había puesto en la boca. Sin embargo, eso no evita que Dona tiemble y Albert también. Aunque seguramente los dos lo hayan hecho por razones distintas. Ella toma distancia con la misma rapidez. — ¿Ves? Este es el único tipo de beso que tendrás por mí parte.— Dona recupera el estupor casi de inmediato, escondiéndolo con una sonrisa.— Aunque también podría lamberte la boca, me gustaría ver tu reacción a ello.— Añade como quien no quiere la cosa y la reacción de Albert es cómica. Quedarse de piedra le queda corto.

Por eso, con indiferencia Dona alcanza la mano de él que no hace mucho ella aplastó con la suela de las bambas. Albert no se inmuta más que para apoyarse con la mano derecha en el suelo y así no perder el equilibrio. Ahora con el pelo libre del agarre de hierro de Dona, Albert recupera el movimiento de su cabeza, pero en comparación pierde el de la mano izquierda. Dona la sostiene con curiosidad, observando las venas que la recorren, apreciando lo larga y estirada que es. Como también es suave a diferencia de las de ella, acostumbrada a llevar cajas de cartón y archivadores pesados entre otras cosas. A lo que Dona se imagina para sus adentros como sería el agarre de dichas manos. ¿Será él igual de delicado que su tacto? La única forma de Dona saberlo con seguridad sería preguntando a los amantes de Albert. Porque él no la tocaría para probar un punto. No de la misma forma o con el mismo afán que él hace con un hombre. Por motivos obvios. No es complicado de unir las piezas del rompecabezas.

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