Albert no sabe en que momento la pifió, solo que lo hizo, y la mar de bien. Los huevos se le han caído al suelo y eso no es algo que le ocurra a menudo.
¿Qué cojones?
Todo pasó demasiado rápido como para él registrarlo al dedillo. Dona se estaba yendo, y Albert sabía que de esa vez sería de manera definitiva. Una parte de él se resintió tanto con ella que deseo no haberla conocido jamás. Pero su otra parte, la más impulsiva y la que siempre gana al final, le obligó a dar dos pasos hacía delante y detenerla con las dos manos. Entonces él se acercó a ella, fue incluso más fácil de lo que él había imaginado. La posición era una nueva y extraña para él, que casi todas las veces terminaba arrodillado frente a ella, pero...está nueva faceta no le resultó desagradable. Albert la atrajo más cerca, y, el modo como Dona intentó recuperar el control le pareció tan cómica y adorable que Albert no pudo evitar sentir revoloteos en el estómago.
A saber lo que eso significa.
Pero entonces, Albert se dio cuenta de lo frágil que Dona es en realidad. Sobre todo cuando ella empezó a moverse bajo su toque, a forcejear con indignación incluso, y él supo, que si quisiera, podría mantenerla allí sin dificultad. Tanto como a él le parezca.
Quizá Dona no fuese canija como Isabel o de apariencia quebradiza como Marta, pero...Este hecho le reconfortaba a Albert, por extraño que suene. Tanta piel y amplitud, convertía a Dona en alguien ideal para abrazar, y dejar ser abrazado por ella todavía más. Sus piernas serían una almohada excelente, y su pelo, la mejor de las curiosidades para Albert explorar con los dedos.
Él no pudo evitar apoyar la barbilla en el hombro de ella e inspirar hondo. La camisa que Dona lleva puesta hoy le impedía tocar piel. Y joder, ¿Cómo tuvo él los santos cojones de decir alguna vez que no le iban los negros? Sí ella era perfecta. Quizá no la ropa que está vistiendo hoy, pero, eso es algo que Albert podría remediar con facilidad. Él incluso...
Otra queja sale de la boca de Dona, una amenaza como tantas otras. Le parece inofensiva a Albert. Al menos, no hasta que ella empieza a temblar. Por un momento, Albert cree que es algo bueno, que Dona se dejará llevar y volverán a lo mismo de antes. Puede que esta vez, no lo hagan en el baño. Podrían hacerlo en la cama de Albert, sería...
—Para, por favor. —La súplica es tan baja que Albert teme no escucharla. Si él estuviese más lejos, no la oiría en absoluto.
El temblor se hace más evidente. No es un temblor de placer como Albert creía, sino uno de pánico. Dona no está disfrutando de aquello en absoluto. Y no es rabia lo que Albert percibe ahora.
—¿Pero qué coño? —Por instantes él se queda de piedra, sin saber como reaccionar a aquello. Las manos de Albert ganan más fuerza en el agarre de los brazos de ella, pero eso termina siendo contraproducente. Dona se vuelve más histérica, solo que no de una forma normal. En ningún momento ella gritó. Su cuerpo actuaba por ella. No sus cuerdas vocales.
Ella pide otra vez que pare, pero Albert no entiende el qué. De forma inmediata él toma distancia, pero Dona no deja de temblar. Por momentos Albert amenaza con llamar a tiburón, pero al final se contiene.
"Mierda." Él la rodea para encontrarla de frente. Dona tiene los ojos cerrados y esboza una dolorosa mueca en los labios. Verla de está forma le hizo Albert sentirse culpable. Joder, él es culpable. Y llamar a Tiburón le pone incomodo de alguna forma. Como si hacerlo estuviese exponiendo a Dona de alguna forma.
"No. No lo haré."
Vuelve a tocarla los brazos, y nota como Dona reacciona de forma inmediata. El desagrado es tanto que Albert apoya las manos en el hombro de ella.
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Fetiche
RomanceAlbert Capdevila tiene todo: Belleza, carisma, el cuerpo ideal y un ingenio de muerte. Además, es abiertamente gay y no lo esconde de nadie. ¡Ni de su abuela! Sin embargo, el amor no parece querer tocar la puerta de este perfecto espécimen. Al menos...