- Capítulo 45 -

228 22 17
                                    

Por suerte, la jaqueca de Albert desapareció en minutos una vez él se tomó la pastilla que compró en la farmacia a la hora del bocata. El día fluyó con normalidad entonces, y Albert pudo realizar su trabajo sin molestos imprevistos.

Marta no ha vuelto a decirle nada sobre lo de antes, pero, es evidente que ella se ha chivado algo a Isabel, que también le ha estado dando miraditas en todo lo que queda de la tarde.

Sin embargo, la noche llega a todos por igual. Y hoy ha oscurecido con rapidez.

Es viernes, pero en verdad lo único que Albert desea es quedarse en su piso, viendo alguna que otra película y dormir lo que no ha podido hacer ayer.

O al menos, eso es lo que él esperaba hacer. Ya que una vez él llega a casa, se pega una rápida ducha y se echa al sofá, el móvil le suena.

Está sobre la mesita frente a él, por eso Albert lo alcanza con facilidad sin necesidad de levantarse.

Es Dona quien le está llamando, y él no sabe cómo sentirse al respecto. Por eso, Albert opta por mostrarse mosqueado. En el tercer toque, él acepta la llamada.

Hacerse el difícil es algo que él adora.

—¿Qué es lo quieres?— La voz de Albert sale molesta. El tono que él quiere mostrar a ella.

—Woah, ¿Qué te he hecho yo?—Dona pregunta sorprendida por un momento.— Bueno, da igual. ¿Tienes planeado salir hoy con alguien?

—No. — Él da de hombros.

— ¿Ni siquiera con Marcus?— Ella sigue indagando y Albert se arrepiente amargamente de haber dicho lo que dijo ayer. Demonios. En parte, él está avergonzado de ello. Albert suele decir gilipolleces que no viene al cuento cuando está borracho. Y lo más molesto, él no se acuerda de las burradas que suelta luego. Al menos, no todas ellas.

— Ni quiera con él. ¿Y por qué coño te importa eso?

— Pasaré por tu casa entonces. Te veo en un cuarto de hora.

—¿Es que acaso ya no se pide permiso o que pasa aquí? — Él casi vocifera. Pero Albert no está enfadado, no realmente. Además, él se acuerda del estado en que ha dejado la cocina por la mañana, y que la chica de la limpieza solo pasa los martes y jueves. Así que aún sigue estando un desastre. Como también la habitación de él. No es como que Albert está para recibir visitas.

— Me lo debes.—Dona responde con la voz neutra. Ella no parece enfadada en absoluto.

"¿Alguna vez ella lo estuvo?" Él se pregunta.

— ¿Deberte algo? Chica, ¿No será al revés?— Albert dice petulancia.

— La llamada de ayer no ha sido gratis chico gay.— Dona habla como si fuese obvio.— Te veo en un cuarto de hora.

♣♣♣

Tan rápido como ella cuelga la llamada Albert se levanta del sofá de un salto. Él no dejará el piso brillante, pero al menos, no un completo desastre.

La primera parada es la cocina. Él se presta a cerrar los cajones y meterlo todo dentro de mala manera. Que ¿Por qué los vasos están donde los platos? Solo dios sabe, porque Albert no.

Pero un cuarto de hora pasa en un pestañeo. Y cuando Albert menos espera, el interfono suena. Dona ha llegado, y él no sabe por qué está tan endiabladamente nervioso.

— No te comas el coco demasiado marica.— Se autorregaña con incomodidad mientras activa la cámara del portero y permite que Dona entre.

Los tres minutos que ella tarda en entrar al Hall, coger el ascensor y picar en la puerta de Albert fluyen más rápido de la que él da crédito.

Sin embargo, no es lo rápido que Dona llega que hace a Albert incómodo. Una vez él abre la puerta y la ve, hay algo que no anda bien con ella.

Dona no lleva una cara de póker como de las otras veces. Ella solo se ve... Confusa. Lleva un tejano puesto con una blusa formal y el moño en el pelo. Dona ni siquiera lleva puestas bambas, sino que zapatos.

"¿Viene de algún lugar especial?" Él no puede evitar preguntarse. Ya que él nunca la vio así de arreglada antes. No en las pocas veces que los dos se han visto. Y eso le jode.

—¿Vas a entrar o quedarte ahí toda la noche?— Él pregunta borde, y solo entonces Dona enfoca la vista para mirarle a él. Como si esta fuese la primera vez que ella se diese cuenta de que no está sola. De que Albert está ahí.

Entonces Dona sonríe, aunque nada en ella lo haga acorde. Albert aún está aguantado la puerta cuando las manos de ella, tan frías, toman la libertad de acariciarle el pecho. Aunque él lleve la camiseta del pijama puesta, el frío traspasa a su piel. Albert siente un temblor molesto.

Dona lo empuja para dentro y cierra la puerta con una patada. Albert suelta uno que otro quejido de protesta, pero caen en oídos sordos.

—¿Dona?— Él pregunta al ver como ella mira a la boca de él.

—Shh...— Dona lo silencia poniendo el dedo índice en los labios de Albert. Ella deja de sonreír entonces. Parece que ella perdió las ganas de fingir sonrisas. Albert traga saliva.— Chico gay, bésame.— Ella dicta con simpleza, pero hay seriedad en sus palabras. Dona parece notar la inconformidad de Albert por la forma como él la mira, pero a Dona la da igual.—Podía besarte yo, pero por desgracia, yo no puede insertarte nada. Son las reglas.— Comenta con indiferencia.

—¿Si yo no quiero hacerlo qué pasa?— Él pregunta sintiendo el gélido dedo de Dona en los labios. Ella mira por última vez la boca de Albert antes de mirarlo a los ojos. Los de ella faltos de vida.

—Te mandaré al infierno y me iré.— Responde muy cerca de él. Y aunque vacía, la mirada de Dona es directa y afilada como un cuchillo. Ella deja de moverse y espera una reacción de Albert. Los segundos se convierten en minutos, pero él sigue en silencio. Finalmente Dona suspira.— ¿Te pones a la defensiva solo por un beso? Eres más ridículo de lo que me imaginaba.— Ella lentamente se quita las manos de encima de él.— Vete al infierno Albert.— Se da la vuelta para encaminarse a la puerta que antes cerró con los pies.

—Joder.— Albert no puede evitar decirlo en voz alta con molestia. Dona saca lo peor de él. ¿Y ridículo? La única ridícula aquí es ella.

Por eso los pies de él se mueven solos. La mano izquierda es la siguiente en ganar vida propia. Los dedos de Albert terminando férreamente en el pulso de Dona, impidiendo que ella siga. Evitando que ella de otro paso.

—¿Un beso es lo que quieres no? Pues toma tu maldito beso.— Ocurre rápido. Albert la gira con facilidad gracias a que tiene el pulso de ella en su mano izquierda. Por suerte él tiene un agarre fuerte y ninguno de los dos se desequilibra. Dona en un instante está en frente a él, la cabeza en alto, la mirada sorprendida y hasta confusa mientras él se acerca a ella. Él no la coge del mentón o agacha la cabeza de forma romántica y delicada. No, la mano libre de él se acomoda en el cuello de Dona mientras la acerca todavía más a él. Dona abre los ojos como platos, pero eso Albert ya se espera. El aliento de ella hace cosquilla en la mejilla de Albert cuando él la acerca del todo a él. Ambos cuerpos se chocan. Ella está fría y él caliente. El choque térmico pone a los dos con la piel de gallina. O al menos, esa es la excusa decente que él encuentra. Un choque Térmico, eso es. Ninguno de los dos parpadea. Ni siquiera cierran los ojos. Albert no la besará con delicadeza, él besará de la forma que él haría con otro hombre. Porque así es él. Albert no tiene por qué hacerse el dócil como lo hizo con Sandra. Y ni quiere.

Cuando la boca de ambos se encuentra, la adrenalina entra en el sistema de Albert, él puede sentir como Dona también está siendo afectada por la cercanía, pero ella no hace ademán de seguir. Eso lo tendrá que hacer él. Entonces la lengua de Albert encuentra cobijo en la boca de Dona, y dios, es cálido. ¿Cómo puede alguien ser tan fría por fuera y cálida por dentro? No tiene sentido. Nada de aquello lo tiene.

Quizá por eso Dona se una puñetera bomba de relojería. Y Albert, acaba de accionar la bomba él mismo.

FeticheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora