- Capítulo 64 -

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Fingir una sonrisa no supone dificultad para Dona. Es algo que ella realiza a diario. Hacerlo con Albert no es una carga, por eso ella ríe. Aun sin ganas.

Dona tampoco afloja el agarre que tiene en la barbilla de Albert, menos aún detiene las uñas de marcarle el pecho. Los círculos rosados en la piel de él será la muestra de que Dona ha pasado por allí. Que ha dejado un rastro de ella en él.

No que ella quiera pensar con minuciosidad en lo obsesivo que acaba de sonar eso.

—Hoy serás mi juguete. —Dona susurra en el oído de él con sensualidad, y tiene el efecto deseado. El cuerpo de Albert responde. Su pene también lo hace, como de igual forma casi roza el tejano de Dona si ella no toma algo de distancia a tiempo.

Ella baja las dos manos que tiene sobre él. Como si ya no tuviera ganas de tocarlo.

Albert sigue los movimientos de Dona con aquel oscuro mar azul que tiene por ojos, viendo paso a paso como las uñas de ella dejan de clavársele en la piel y cogerlo de la barbilla. Si en algún momento él mostró indicio de estar disgustado por la distancia, claramente no lo dejó entrever. Y Dona tampoco se ha molestado en comprobarlo por ella misma.

—Intentaré no romperte. —la forma como ella habla casi parece infantil. Como un crío que finalmente tiene la oportunidad de jugar con el muñeco que le ha sido negado durante mucho tiempo. Y que ahora, por despecho, agarra el juguete con fuerza adrede. —Quiero verte a cuatro patas en el suelo, chico gay. —Le vuelve a coger de la barbilla para que la mire a los ojos. —Serás dócil como un perro en celo, y jadearas como uno ¿Sí?

Albert no parpadea, y Dona observa como él hace tal cual ella ordena. Él acaba con las rodillas apoyadas en la alfombra y las manos también. El larguísimo dildo termina al lado de él. Pero no por mucho tiempo.

Es adorable ver como Albert pone el culo en pompa, y lo redonda que tiene ambas nalgas. Dona tiene ganas de acariciarlas con las uñas. Dejar marcas allí también. Sin embargo, ella no lo hace. En cambio, Dona se agacha y alcanza el juguete sexual.

Es de un color morado, como también suave al tacto. Y a diferencia del pene de Albert, este no es tan ancho, y Dona es capaz de cerrar la mano en puño alrededor del objeto. Ella nunca ha podido comprarse uno de estos, porque en parte aún sigue viviendo bajo el techo de sus padres, y no la parece correcto. Además, Dona tampoco se compraría uno tan... Largo. Además, el juguete la pesa en la palma de la mano.

Dona no tiene suficiente coraje de preguntar si el objeto ha sido utilizado con anterioridad, aunque, no tiene ningún olor sospechoso tampoco.

—Interesante objeto el que tienes aquí. —Ella habla sin malicia, siendo esto apenas un comentario más. Pero Albert carraspea. Y si Dona parase a observarlo, habría visto como el tono del cuello de él empieza a ganar un tinte rosado. —Levanta la cabeza, chico gay. —Ella dice con autoridad, y se nota.

El pelo de Albert se enmaraña en el camino. Mechones de la melena le dificultan ver lo que tiene en frente. La gafa se le desliza medio centímetro de la oreja y casi cae al suelo. Y en este instante, cuando él levanta el brazo izquierdo para apartar el pelo hacia atrás, Albert parece un universitario Geek sacado de algún culebrón romántico del momento. Con la diferencia de que, él está desnudo, y a cuatro patas.

—¿Por qué no recreas lo que hiciste ayer con aquel tipo? —Con una sonrisa inocente, Dona estira el brazo con el dildo en manos. Y tan pronto como la mirada de Albert recae en la mano izquierda de ella, Dona deja la palma abierta, con el objeto balanceándose de un lado a otro antes de detenerse.

La vista de Albert sube de la mano hasta el brazo de Dona. No mucho después sigue yendo más arriba hasta el hombro, cuello, y finalmente los ojos de ella. Dona se siente incómoda por la lentitud en que él lo hizo, incluso la produjo vergüenza. Pero bendito sea el cielo que la piel de ella es tan oscura.

Al menos, nadie se dará cuenta de que Dona se ha sonrojado de alguna forma.

Albert vuelve a tragar saliva antes de levantar la mano derecha y coger el dildo que le ofrece Dona. El acto de agarrar el objeto hace que tanto el dedo pulgar como el índice de Albert roce la palma de Dona.

Por estúpido que suene, es un acto tan inocente que casi... Es íntimo. La piel de Dona se pone como escarpias y ella no entiende por qué.

No hay nada más íntimo que ella verlo desnudo y a cuatro patas en el suelo. Sin embargo, la forma como los dedos de Albert tocaron fugazmente la mano de Dona... La hizo sentirse rara.

Pero con la misma facilidad que la rareza hace acto de presencia, Dona la aplasta bien adentro de ella. Como un insecto. Un bicho que no hay cabida dentro de Dona.

Ella observa entonces, como distracción, la forma en que Albert baja la mirada al pene de plástico y lo estruja con una mano.

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