Capitulo 2

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-Gracias, por ayudarme.- Le dije a mi hermano Francisco luego de que bajara la última caja y la colocara en el suelo de mi nuevo living.

-¿Estas segura de esto?- Preguntó antes de marcharse.

-Eso creo- Contesté, me dio un beso en la frente y luego de desearme suerte se fue.

Comencé a ordenar un poco las cosas en su lugar y a pensar en las modificaciones que tendría que hacerle a la casa, como pintura, eso necesitaba, las paredes que alguna vez fueron blancas necesitaban reavivar el color, al igual que los muebles, necesitaba una nueva decoración y definitivamente ventilación urgente. No iba a ser una tarea fácil, pero supongo que esto me haría bien y me ocuparía tiempo.

Mi celular sonó avisándome que tenía una llamada entrante pero decidí no atender, ya que probablemente sería Tomás suplicándome que lo perdone, alguna de mis ex-amigas o mi madre para decirme que olvide el, según ella, mal entendido con Tomas, que regrese a casa y que nos casemos.

Si, tenía una madre muy comprensiva, que me apoyaba en todas mis decisiones, aunque sean estúpidas. Me irritaba sólo pensar en todo su estúpido sermón cuando fui a casa de mis padres a pedirles las llaves de la casa de la abuela Nelly. Pero prefiero olvidarlo y ocuparme de mi nueva vida, nueva etapa, nuevo comienzo.

No era el lugar "ideal" pero era un nuevo lugar, estaba en la costa de Buenos Aires, en la vieja casa de la playa de la abuela Nelly. Era una casa inmensa tenía cuatro habitaciones, tres baños, una sala de estar gigante, al igual que su comedor y cocina, detrás tenía un patio un tanto descuidado con una piscina algo sucia, la casa se encontraba a unas cuatro cuadras y media de la playa. En la habitación que era de mi abuela había un balcón pequeño que desde allí tenía la perfecta vista al mar. Recuerdo que de pequeña cuando mi abuela vivía amaba visitarla y quedarme meses enteros sola con ella o con toda la familia, amaba despertarme y tener el desayuno preparado, esos que eran interminables y deliciosos. Luego estábamos en la pileta hasta el medio día, almorzábamos e íbamos a la playa. Mi abuela me contaba mi historia favorita allí, siempre se la pedía y ella nunca se cansaba de contármela, como conoció a mi abuelo era tanto más romántico que cualquier obra de Shakespeare. Cuando enfermó, mi papá la llevó a vivir a casa y allí ella me regalo un cuaderno donde escribió aquella historia de amor. Me gustaba leer de vez en cuando y sentir que el amor existe.

Salí al pequeño centro de la ciudad, en realidad no era pequeño, pero sí a comparación de donde antes vivía. Había un paseo de compras, era una galería toda hecha en madera, con pisos de piedra. En el centro había un café y al rededor negocios que vendían ropa y libros. Pero la mayoría de ellos estaba cerrado a estas horas de la tarde. Era septiembre, la temporada baja le daba menos vida a la ciudad, encima no era de esos días primaverales, parecía invierno, con el cielo gris oscuro y el viento helado, era un día triste, así como mi vida, parecía que iba a caer una lluvia torrencial pero en realidad no pasaba nada. Caminé en busca de un lugar que vendan pintura, pero lo único que había era un mc donalls enorme vacío y muchos bares y restaurantes cerrados. Caminé durante unos 30 minutos, hasta que el fin encontré esa maldita pinturería. Entré a ella, era enorme con luces fuertes un poco molestas para los ojos. Un joven de cabello castaño me esperaba al otro lado del mostrador con una sonrisa blanca que iluminaba tanto así como las luces. Me intimidó un poco su belleza, tenía ojos dulces color miel y piel dorada. En cambio yo, estaba echa un desastre, tenía el cabello atado, unas ojeras del tamaño de mi cara y un buzo al menos tres talles más grandes. Me acerqué a él, que no dejaba de sonreír, me estaba irritando un poco.

-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte?- Dijo, su voz era dulce pero al mismo tiempo irritante y profunda.

-Quería pintura blanca y para los muebles un marrón oscuro.- La verdad que no tenía ni idea de cómo se compraba pintura, supongo que esa era la mejor manera.

Sacó una carta de colores, para hacerme elegir el que más me gustara. Una vez que los elegí, me hizo una pregunta que no tenía ni la menor idea de que contestar. -¿Cuanto vas a necesitar?-

-No sé, para toda la casa.- Reí avergonzada.

Él también lo hizo. -Bueno, ¿es grande?-

-Sí.-

-Empecemos con esto.- Me extendió un tacho de pintura blanca y una marrón para los muebles. -Y después vení a buscar lo que necesites.-

Asentí. Observé los baldes de 20 litros, y me pregunté cómo iba a cargarlos 30 cuadras a pie. Sonreí hacia el vendedor. -¿Hacen entregas a domicilio?-

-Sí, son 50 pesos más, depende la zona. -

-Bueno, voy a dejarte mi dirección y más tarde me los alcanzan, si es posible.- Anoté en un formulario los datos que pedía. Nombre, apellido, teléfono y dirección. -Listo.- Dije al devolvérselo.

Lo verificó. -¿Estas en la casa de Nelly?-

-Sí.-

-¿De vacaciones pintando la casa?- Sonó un poco entrometido.

-Bueno es una estadía temporal.-

-Oh, claro. Supe que su familia dejo la casa abandonada.- Yo asentí ante el comentario, mientras el pasaba mi tarjeta de crédito. -Es que su hijo es de otro ambiente. Por lo que sé, vive en capital federal y le va muy bien con su empresa, es gente de mucha plata que les interesa poco la vida acá.-

Asentí, me extendió el comprobante para que lo firme y me devolvió la tarjeta. Sonreí. -Nelly era mi abuela y su hijo mi papá.- Dije graciosa por lo incómodo que debía sentirse en ese momento. Le devolví el comprobante y quedo boquiabierto, su rostro tornó a un color rojizo. Me reí de su expresión y salí de aquel lugar. Seguí riendo de camino a casa, tendrían que haber visto esa cara de "tierra tragame", hacia varios días que algo no me producía tanta gracia.

El sol descendía a las 8 de la noche o quizás un poco antes. La mayoría de las cajas estaban vacías y la casa limpia al fin. Una bocina sonó en la calle, supuse que era la pintura. Cuando fui a recibirla, me encontré con aquel bocón de esta tarde, me resultó cómico. Bajo los tachos blancos y me pregunto dónde tenía que dejarlos,le indiqué el camino hacia adentro. Una vez los dejó le ofrecí un vaso de agua, que él aceptó. Esta observando la casa cuando se lo alcancé. Tomó un sorbo y encontró mis ojos con los suyos. -Siento mucho lo de esta tarde.- Sabía perfectamente de qué me hablaba pero me hice la desentendida. -Lo que dije de tu padre.-

-Es cierto, no hay por qué disculparse.-

Él sonrió, sonreí yo también. -No se tu nombre.-

-Anabella.-

-Martín.- Nos quedamos en silencio un momento. -Vivo acá cerca, si necesitas algo es la casa rosa de esta calle.- Comentó, yo simplemente asentí. Una densa incomodidad nos invadió. -Fue un gusto conocerte.- Dijo a modo de despedida.

-Igualmente.- Conteste y lo acompañé a la salida. Cuando el camino hacia su camioneta verde oscuro, recordé que necesitaba un trabajo y él quizás sabría algo. Sentía un poco de vergüenza, jamás en mi vida pensé que iba a pedir trabajo... -Martín,- Grité, él se detuvo y giró en torno a mí, me acerqué a él. -¿Sabes algo de algún trabajo?-

Pensó un momento. -En el restaurante de un amigo necesitan camarera.-

-¿Tu amigo es el dueño?-

-Si, mañana hablo con él. -

-Está bien, gracias.-

Martín sonrió, subió a su camioneta y arrancó en dirección a su casa.

Mensajes del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora