Capítulo 10

173 17 3
                                    

Observaba Martin haciendo panqueques como tonta... ¿enamorada? Bueno, lo quería, sí, pero ¿amarlo? Era mucho para tan poco tiempo de relación, ni siquiera sé si esto es una relación... O es simplemente para que yo me olvide de mi ex y él de la suya, la cual rompió mi nariz, que aun duele un poco cuando la arrugo.

-Ana, Ana- Martin llamó mi atención. -El timbre-

En es momento me di cuenta que sonaba insistentemente. Abrí la puerta y cruzando aquel pequeña serca blanca, recién pintada, Tomás, nuevamente.

Me observo con una expresión gracioso como si llevara puesto un disfraz de payaso. -Jamas en mi vida te vi... tan... desaliñada- dijo casi con cara de asco. -Te compre miles de camisones de seda, de telas clarísimas y te pones una camiseta de...- la observo más de cerca -¿Rolling Stones?- lanzo una carcajada.

-¿Qué haces acá? - pregunté ignorando todo lo anterior.

-Ana, vos no perteneces a todo esto. Sos una joven de ciudad, que le gusta comprar y atender a tu futuro marido. Juntarte con tus amigas en casa, organizar fiestas y reuniones. No sos una chica de pueblo, que trabaja en un parador y limpia su propia casa.- Rió falsamente y continuó - Vamos Ana, no seas tonta y volve a casa, casemosnos, seamos felices y volvamos a nuestras vidas-

Quizás él tenia razón no pertenezco a todo esto, ni me gustaba en un principio pero quiero estar acá, me gusta trabajar con Juan en su parador, me gusta limpiar y ordenar mi casa, me gusta ocuparme solo de mí. Me gusta ser la protagonista de mi vida y no necesitar nada de nadie. Quizás me equivoque, quizás sea una tonta encaprichada con una nueva vida, pero es lo que decido hoy. -No quiero casarme, no quiero atenderte, no quiero ser feliz con vos, no quiero ir de shopping, organizar eventos, no quiero nada de mi vida anterior.- Finalmente había salido de mi boca.

-Bueno, haceme un café de esos que me gustan y charlamos sobre tu rebeldía.- ¡Ay por favor! ¡Cómo me irritaba! Me corrió a un lado y pasó.

-No te invité a entrar a mí casa Tomás, no quiero que estes acá, no te quiero hacer un puto café. no quiero charlar de nada, no quiero...- Había olvidado por completo que Martín estaba prácticamente desnudo en mi cocina, pero lo recordé cuando Tomás se detuvo en seco al verlo.

-¿Quién sos vos? ¿Qué haces acá?- Me miró a mí y grito aún más fuerte. -Sos increíble, me equivoco una vez, una sola vez en mi vida y vos me haces esto.-

La irritación y el odio que sentia se acumulaba en mi rostro que se teñía de color rojo -¿Una error? ¿En serio? Un error es cuando te pedia que me compres naranjas y me comprabas mandarinas. Y lo que me hiciste fue algo imperdonable para mi.- Trague saliva intentando que el nudo en mi garganta desaparezca. -Quiero que te vayas y no vuelvas más.- Dije con la voz quebrada.

-Y yo quiero que me hagas un café, que se retire este tipo de aca, que te pongas ropa decente y hablemos-

-Te dijo que te vayas- Por primera vez intervino Martín, interponiéndose entre Tomás y yo.

Vi como mi ex apretaba los puños y tenia un poco de miedo por que no es por subestimar a Martín pero Tomás entrena, es rugbier podría derribar casi que a cualquiera. -Quiero que te corras y me dejes seguir hablando con mi novia, sino te voy a tener que romper la cara a golpes-

-Pero mira, que educado terminó siendo el nene bien. A los golpes no se arregla nada cavernícola-

Tomás se dirigió a la puerta y la cerró detrás de él, por fin se había ido. -Gracias- Le dije, me sentí un poco relajada por su partida. Aunque no creía que me iría a dejar en paz.

-No creo que necesites que te defiende pero me pareció que era lo correcto- Me acarició el rostro y puso un mecho de cabello detrás de mi oreja. -Te ves hermosa ahora mismo- Me beso en los labios. -Aunque no es ninguna novedad- Me guiñó un ojo y siguió con los panqueques. 

Una vez que nos sentamos a comer, me sentí más relajada, aunque no podía dejar de pensar si Tomás ya se había rendido o no, espero que en este momento este volviendo a su casa o probablemente a la casa de mi madre para contarle como su hija había decepcionada a la familia, como ahora era una esclava trabajando como mesera, limpiado mi casa y acostandome con algún pueblerino.

Por la noche, tarde cuando Martín ya se había ido a su casa, mi madre llamo. Finalmente tenía razón Tomás le había ido con el cuento, pero me sentí aliviada porque ahora sí estaba segura de que se había ido y ya no me molestaría.

-Tomás vino a casa, angustiado, dijo que estabas gorda y desaliñada, semi-desnuda con un pueblerino roñoso.- Bueno, me había olvidado de agregar roñoso y gorda, aunque no me haya dicho que lo estaba. -Ay Anabella ¿qué hice mal para que me hagas esto?-

-¿Que te hice?- Pregunté realmente desconcertada.

-Te enseñé a hacer dieta desde que tenes memoria, te enseñé a ser una dama, es decir a no acostarte con el primero que se te cruce y encima con alguien que no pronuncia las S. Te enseñé a vestirte bien, no sé en qué falle- Suspiró decepcionada, como cuando en el recreo del colegio le decía que me había comprado un alfajor de chocolate y no había comida sus barra light.

-Mamá, no lo conoces a Martín, no es roñoso y pronuncia las S, igual si no lo hiciera ¿qué tiene? Me visto como quiero y hago lo que quiero de mi vida- Tragué saliva y continué. -Te agradezco a vos y a papá la educación que tengo pero ya soy grande y hago lo que me gusta, lo que me hace bien y principalmente hago lo que quiero-

-Pero te educamos para ser una señora, la esposa de un hombre de elite como nosotros, no un pueblerino pata sucia-

-Ay mamá, no soporto tu capacidad para discriminar a la gente. Muchas gracias por el concejo pero no lo acepto.- Corté el teléfono y me recosté en mi cama para segundos más tarde caer en un profundo sueño.




Mensajes del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora