Capitulo 3

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Me miré en el espejo, me veía horrible. De estar probándome hace menos de una semana mi vestido de casamiento, pasé a hoy a estar probándome un estúpido y espantoso uniforme color amarillo, por arriba de las rodillas, con un gafete que dice mi nombre. Si, es mi nuevo atuendo, si esto se puede llamar así, de trabajo. Finalmente fui a hablar con el amigo de Martín, el chico de la pinturería y conseguí trabajo como mesera en una especie de parador en la playa, no es un lugar donde tienen chef francés pero bueno, no puedo pedir mucho, el nombre era Shine. 

Resignada ante mi feo aspecto, me até en la cabello en una cola de caballo y decidí salir de casa. Caminé unas 5 cuadras, acá no hay taxi, no tengo auto y bici obviamente no uso. Llegué, agotada y con mala cara, el restaurante estaba sobre la playa, ¿pueden imaginar el frío que hacia? y a las 9:00 a.m. el viento golpeaba en mis piernas junto con la fina arena, que parecía que iban a cortar mi piel.

 Salude a Juan, el amigo de Martín que es el dueño del restaurante. Juan, es rubio tiene ojos color miel, y cuerpo fornido. Bastante lindo pero no era mi tipo. 

-Ana, tenes que tomar de la mesa tres a la seis.- Comenzó a explicarme señalándome cuáles eran esas mesas, mientras comía maní con chocolate. -Anotas acá,- Dijo extendiéndome un anotador. -lo dejas en esa especie de calesita que está en el mostrador de la cocina, junto con el número de mesa. Cuando te pagan la cuenta me la traes a mí o quién este a cargo de la caja y la propina la guardas donde vos quieras.- Asentí, me trataba como si fuera una idiota que no entendía nada. -¿Entendido?-

-Sí.- Contesté de mala gana.

-Bueno, tu turno termina a las cinco de la tarde.- Asentí y comencé con mi estúpido trabajo.

Ocho horas, ocho horas hablando con gente, tomando pedidos para que me traten como sirvienta de ellos. No puedo creer que este haciendo esto, mi mamá se llega a enterar y se muere voy a ser la decepción de mi familia. Ya me la imagino a mi madre diciendo: "Una Stefanni trabajando de mesera y encima hija mía, que locura, que vergüenza"

Comencé con mi estúpido trabajo, trabajar no era una palabra muy amigable para mí, cuando con Tomás decidimos que deje mi carrera y que viva con él pero que no trabaje fue la mejor decisión que pude haber tomado. Yo no era una chica de este ámbito, lo mío es otra cosa. 

Juan me presentó a las otras chicas que trabajan allí, Magalí, una chica de pelo negro azabache con ojos saltones color miel, era alta y con un cuerpo voluptuoso, y Paz, era una joven de pelo castaño claro, ojos color azules, era baja y muy flaca. Ambas de piel bronceada, como todos en este lugar. Eran simpáticas, siempre sonreían me hacían acordar a aquel chico de la pinturería, me parecía estúpido y molesto que todo el mundo te sonría y salude cuando te ve.

Por suerte al ser septiembre no había mucha gente para atender, solo gente que vivía allí. Aunque no se si era tan bueno porque las horas pasaron lentamente. Cuando alguien entraba y me acercaba a él, me observaban como si fuera un marciano, me preguntaban quién era y que hacía trabajando allí, luego de breve explicación me daban la bienvenida. Era insoportable que la gente sea tan entrometida.

A las doce del medio día nos detuvimos a comer, solamente 20 minutos tengo para almorzar, cortesía de la casa, no hay opción, es comer eso o nada. -Hay hamburguesa con papas fritas o milanesas con papas fritas ¿qué preferís?- Me pregunto Juan.

¿Hamburguesas? ¿Milanesas? ¿Papas fritas? Hace años que no como algo así, no puedo comer eso que le llaman comida, puras grasas que hacen que la piel se te engrase, te salgan granos, celulitis y engordes varios kilos. Puse mi mejor cara de agradecimiento. -Esta bien, no tengo hambre.-

-¿Segura? Mira que es un día largo.- Sabía que lo sería pero no quería ingerir ese veneno para mi figura.

Me senté en una mesa, no con las otras chicas y Juan, no quería estar con ellos, ¿para qué? no tendríamos de qué hablar, estaría incómoda, no quería que nadie más me pregunte nada de mi vida. Saqué mi celular del bolsillo, lo prendí. Varios mensajes y llamadas perdidas comenzaron a llegar, al parecer tenerlo apagado hizo que la gente se alterara. La mayoría eran de Tomás, luego de la zorra de Ivana, varias de Stefania y de mi madre. Todos decían lo mismo, que les atienda el maldito teléfono, cosa que por supuesto no iba a hacer. En ese instante entró una llamada, era Alex, mi hermano, por supuesto que a él si lo atendí, era el único de mi familia que me apoyaba en mis buenas y malas decisiones. Me levanté de la mesa y salí del restaurante. -Hey! Hola.- Dije cuando atendí el teléfono.

-¿Cómo estas?- Preguntó él con una voz agradable, como siempre. 

-Bien, conseguí un trabaja, estoy arreglando la casa de la abuela, todo va bien...- Dije no muy convencida.

-Eso es genial.- Hizo una breve pausa. -Voy a tener un hijo.- 

-¿Cómo?- Dije al no entender bien, creo que dijo algo de hijo pero que el va a tenerlo eso es imposible, ni siquiera tiene una esposa... una novia, no lo sé. -¿Es decir con quién?-

-¿Qué importa con quién? Voy a tener un hijo, va a llamarse León.-

Intenté sonar feliz por él, pero no sé si  lo logre. -Eso es genial, felicitaciones.- 

-Okey, siempre tan expresiva Ana.- 

-Pero dije felicitaciones.- Antes que termine de escucharme cortó el teléfono. No sé qué es lo que dije mal, solamente es malo para mi que alguien tenga un hijo sin tener pareja estable, no me parece. Yo soñaba casarme con Tomás y tener hijos cuando él se acomode en el trabajo. Pensaba tener unos tres hijos, todos pequeños Scurra. Parecidos a él aunque también me hubiese gustado que se parezcan también un poco a mi, más aún si hubiéramos tenido una pequeña. 

Guardé mi celular luego de apagarlo y volví adentro, Juan y las otras meseras ya habían terminado su almuerzo. Volvimos al trabajo, seguía sin haber mucha gente. Me detuve un momento en mostrador de la caja, justo donde estaba Juan. -Tenes un cliente, en la mesa 4.- Dijo sonriendo.

Me acerqué a aquella mesa donde un hombre leyendo la carta me esperaba. -Bienvenido a Shine,- Esa estúpida bienvenida que tenía que dar. -mi nombre es Ana. ¿Esta listo para ordenar?-

Aquel hombre bajó la carta, me sonrió. -Si Ana.- Dijo Martín, se veía bien, como siempre. Como lo recordaba del otro día, era aún más guapo, o eso creo.

-Hola.- Dije un poco incomoda. -¿Qué vas a ordenar?- Quería dejar de hablar.

-Quiero una hamburguesa con papas y una coca cola.- La gente ingería puras grasas en este estúpido lugar, nadie intentaba al menos un poco dejar de comer como obeso y cuidarse.

-Bien.- Embocé una falsa sonrisa. 

Una vez que le llevé el pedido, me sonrió nuevamente. Ay! Por favor, por qué todo el mundo en este estúpido lugar en tan pero tan malditamente simpático, es irritante. -Ana.- Llamó mi atención una vez que ya  me había dado vuelta para volver a donde estaba Juan. Me giré en torno a él, me acerqué y le sonreí falsamente. -¿A qué hora salis?-

Lo miré extraña. -Am,- Lo pensé como si no lo supiera. -A las cinco.-

-Esta bien.- Dijo sin dejar de sonreír, esperé que diga algo mas pero no salio nada de su boca.

A las cinco de la tarde me despedí de todos, salí del restaurante y me encontré con aquella camioneta color verde oscura que había visto pocos días atrás en la puerta de mi casa. Martín estaba apoyado en ella, esperando, supongo que a mí. -¿Qué haces acá? ¿Estabas esperándome?- Dije riendo por lo estúpido que me parecía.

-Estoy esperando a mi novia, Paz.-

-Oh! No lo sabía, lo.. lo siento.- Dije tan avergonzada que quería desaparecer de ese lugar en ese mismo instante.

-Pregunté cuando salías porque quizás querías venir con nosotros cuando volvíamos a casa.  Siempre vengo a buscar a Paz.-

-No, claro que no. Pero gracias.-

-Hace frío...-

-No, estoy bien.- 

Caminé a casa, estaba muy avergonzada, cómo podía ser tan tonta. Igual no me interesaba que él me espere a mi, ni siquiera me interesaba él. 

 Llegué a casa y todo estaba desordenado, paredes a medio pintar, los muebles cubiertos de mantas para que no se manchen, los que debía pintar estaban en el garaje. Subí al cuarto, ni siquiera tenía hambre, estaba agotada. Me recosté en la cama y cerré mis ojos. Quedé rendida, me dormí profundamente durante no sé cuantas horas pero fueron muchas. El sonido del teléfono me despertó, atendí sin poder abrir los ojos. -Hola.- 

-Hey! Soy yo.- Dijo alguien del otro lado.

Miré la hora del reloj que tenía en la mesa de noche, eran las 3 a.m. -¿Quién es?-

-Soy Tomás.- Sin pensarlo más y sin dudarlo, corté el teléfono 

-Maldito estúpido- Murmuré y me volví a dormir.




Mensajes del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora