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Cuando JungKook conoció a TaeHyung, era un día de lo más normal; sólo él sobrellevando su rutina de sede.

Casa, universidad, cafetería, universidad (tal vez un paseo por los jardines comunes) tienda de convivencia, casa y ya. Nunca imaginó que este sería el causante de que su vida diera un giro completamente trascendental.

Recordaba haberlo visto sentado en la cafetería que frecuentaba, jamás habiéndolo reconocido con anterioridad, después de un horrible día en la facultad. La grata sorpresa de un castaño atravesar su mirar fue... una sensorial experiencia que lo hizo querer ir más allá.

Por su parte, el —aquel entonces— joven omega estudiante era de lo menos interesado en cualquier cosa por decirlo de alguna manera sencilla de explicar. Fue así como su comportamiento, y su ceño de evasión completa del mundo, no cambió cuando JungKook tomó asiento frente suyo, afectándole —e ignorando— en lo más mínimo la presencia del alfa.

¿Qué lo había llevado hasta esa mesa con exactitud? Cero respuestas, y nulo arrepentimiento en el futuro.

Algo así como los primeros veinte minutos —sí, veinte— ninguno mencionó palabra alguna. TaeHyung estaba demasiado concentrado en su libro de ciencia ficción como para interesarse en iniciar una conversación, y JungKook estaba todavía demasiado ensimismado en cada uno de los lunares y pequitas que adornaban el rostro del castaño.

¿Olvidó decirlo? Pues sí. Ese joven era la ejemplificación más acertada de lo que tenía en concepto que es la belleza absoluta.

No quería irse de ahí.
El castaño no lo quería cerca.

TaeHyung, por más que quisiera, no podía apartarlo. La dinámica del café en eso consistía. Era una costumbre que cualquier persona llegara y se sentara en tu mesa si veía algún lugar desocupado, con el fin de conocer nueva gente y hacer del establecimiento un sitio de integración social.

Pero TaeHyung no estaba interesado ni en la dinámica ni en mucho menos conocer a... ninguna persona, en realidad. La única razón por la que iba a ese lugar, es que vendían un café sin cafeína que le gustaba mucho. Todos los factores externos del establecimiento le eran irrelevantes.

—¿Soy o me le parezco? —cuestionó cuando el índice de incomodidad le afectó en gran medida. Esto el pelinegro logró deducirlo porque en su rostro dejó ver una de sus cejas encarnadas ante la interrogante.

JungKook, a pesar de ello, no dejaba de pensar que era hermoso.

—Aún lo estoy averiguando.

—Pues decídete, no soporto que me estés viendo. —Regresó su vista hacia su libro por unos minutos, hasta que esa sensación de ser observado se esfumó. Algo que representaba desconcierto, más que nada por que del otro lado de la mesa no hubo movimiento alguno—. ¿Qué haces?

JungKook seguía en su lugar, pero sus bonitos ojos azabaches, tan intensos como el color de su cabello, estaban cubiertos como sus manitas, y una sonrisa de dientes completos se dejaba ver entre la ranura de sus brazos.

—No querías que te viera, así que me esfumé —dijo, TaeHyung pudiendo distinguir la felicidad en la suavidad de su voz.

—Pero sigues aquí —respondió él, seco e "indiferente".

—Pero ya no te estoy viendo, ¿o sí?

TaeHyung siempre pensaba en su género, en la «jerarquía» —estúpida jerarquía— que le tocaba siendo omega.

Normalmente no le gustaba ser gobernado, ni era de su agrado tener esa sensación de estar atado a alguien. Por ello, cuando cualquier persona que se le acercaba con la mentalidad de: "Soy superior porque soy alfa y puedo tenerte cuando quiera" y no buscaba más que lo mismo que el resto, lo apartaba de tal manera que quedaran muy claras sus intenciones.

Tokki | ᵏᵒᵒᵏᵗᵃᵉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora