ARTHUR
Parte de mis ojos, ya no encausan las imágenes y lo poco que recibe, enfoca y trasmite, se va deteriorando con el tiempo pasando por el daño que comenzó a temprana edad.
Siendo y como lo confirmó el médico al salir de su clínica y deliberando el último estudio que me hizo, leyéndolo entre sus manos y del otro lado de su escritorio, que ya no hay tratamiento o cirugía para mi tipo de afección, más que aceptar la enfermedad de los mismos y lo que con el tiempo será mi discapacidad.
No ver.
Aún no he perdido la totalidad de la vista, pero lo he hecho lo suficiente desde hace tiempo, como para aprender de ella con su penumbra que me va colmando.
Misma que se sosiega cuando, aún intento buscar el sol a la luz de día, simplemente con elevar mi mano a él para ver que ahí está y sentir con su calor como acaricia mis dedos.
Para luego, percibiendo con los movimientos que me rodea, identificar las cosas o personas.
O mágicamente, cuando recibí el descargo de la piedra afuera de mi galería por la muchacha que tengo frente mío, que y como esa vez, más temprano en plena calle mientras mi zapatos eran lustrados por el pequeño lustrabotas, seguido luego en la noche reconociéndola al traerme mi pedido en el puente y hasta ahora mismo, terminando de confirmándomelo.
Yo, logro verla en cierta manera.
Algo brilla a su alrededor con colores, destacándose como única persona en cuanto al resto y locamente, trasmitirme por medio de ella.
Inclusive del querido y servicial Didier.
Tiempo que no podía sentir en mis ojos los ocres, los complementarios o los simples primarios y mucho menos ya, imaginar la mezcla de los mismos en dosis óptimas para un pantone deseado.
Sin embargo bastó el primer encuentro, no solo para renovar mis votos de amor al pincel y un lienzo, después de años de no tocar uno.
También, curiosidad por esta pequeña mujercita.
Latidos.
Ya que, es capaz de hacerme ver a través de sus ojos...