ARTHUR
Exclamaciones seguida a otras es lo que puedo escuchar por parte de Gloria al ingresar a mi estudio.
Consecutivas como agradables y acompañados de ocasionales palmoteos de felicidad, mientras siento como recorre todo el espacio y deteniéndose en disfrutar cada detalle.
Las cortinas corridas previamente por Didier me permiten desde el lugar donde quedé y gracias al día despejado y por tal, la luz diurna del sol en todo su esplendor filtrándose, me permiten poder visualizar a Gloria en su recorrido.
Gracias a la misma, pero mucho más a la propia que toda ella emana y yo puedo ver.
¿Lo más gratificante?
Sonrío, cruzado de brazos.
Que Gloria no lo sabe.
GLORIA
Cuatro paredes que se unen para crear el sueño y hasta diría húmedo para cualquier amante de la pintura.
Para un artista.
Y por eso no puedo, no dejar de recorrer el enorme recinto admirando de un simple pincel reposando sobre una paleta.
Unos lienzos apoyados contra una pared, permitiéndome ojearlos al deslizarlos con mis dedos.
Otros listos, vírgenes y ya en sus bastidores para ser pintados y contar una historia.
Los caballetes, algunos limpios y otros a medio uso.
Mesas.
Decoración.
Y cada elemento en masa que descansan sobre estos.
Paletas, frascos, pinturas y docenas de pinceles.
Y llamándome la atención el de mayor en tamaño como el único tapado con una sábana blanca protegiendo un trabajo.
- ¡Tu última obra! - Chillo emocionada y hasta tengo que regularizar mi respiración de la emoción, porque santos pinceles del mismo Miguel Ángel, estoy siendo testigo de una pintura en proceso del mismísimo Arthur L'Rou en este instante.