CAPITULO 18

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GLORIA

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GLORIA

El encendedor encendiendo mi cigarrillo rompe con el silencio que hay en el taller.

No estuve fumando mucho por causa del excesivo trabajo siendo un vicio importante para mí, pero me parecía desaprobatorio en el horario de trabajo y estando en contacto con tanta gente, que el olor a tabaco se sienta como impregnara en mis prendas.

Más, cuando Didier una tarde y acompañada por una empleada de una tienda apareció cargando con ella, una docenas de fundas con vestidos en su interior como cajas con algunos zapatos para mí y por orden de Arthur.

Mi negación fue callada cuando y es así y obligada a asentir recibiéndolo, necesito de ellas por mi presencia laboral, pero con esa eterna condición de que se me descuenta en innumerables cuotas, cual ahora confirmo que tengo tres vidas para pagarlos.

Y como siempre, Didier diciendo que es obra del señor.

O sea, no de Dios.

De Arthur.

Y este a su vez, siempre tirando la pelota a Didier siendo idea de él.

¿Conclusión y suspiro de por medio?

Aceptando todo y acomodándolo con sus perchas con cuidado en mi armario.

Y sí, a eso también.

Ya me mudé al ático del edificio de Arthur y la habitación de huéspedes ya es mía.

No hubo una confirmación de mi parte esa vez, pero el mismo Arthur al día siguiente y contento como pocas veces los vi, me acompañó en la primera mudanza presentándose oficialmente ante mi amiga prometiendo cuidarme como hacer de mí, un gran futuro.

Que juro y sin dudar, vi hasta cruces de miradas de inteligencia de los tres, porque Didier también estaba entre ellos.

Fue raro.

Pero Honor se puso feliz ante eso y más, sabiendo este sentimiento secreto que tengo por mi jefe cuando se lo conté en otro encuentro y sin Arthur y compañía, con cervecitas y música de mi Elvis pasando en la radio mientras me ayudaba a empacar.

Según ella y tipo oráculo mientras me exigía un brindis, presiente que él siente lo mismo por mí.

Cosa que se la rematé diciendo que Arthur es dulce y compasivo con todo el mundo y no es para nada un jefe o un magnate tirano.

No lo negó, pero tampoco lo confirmó.

Solo se limitó a abrazarme algo ebria pero muy feliz por mí, diciendo que no sea tonta y apretando mis mejillas con sus manos como una tía querendona.

Dando la última calada para apagarlo en el cenicero junto a mis pinceles, termino de admirar mi obra ya finalizada.

Arthur la suya lo hizo días atrás y pese a que insistí un poco en verla, me lo negó prometiéndome que lo haré el día de la fiesta que es mañana por la noche.

7 razones para amar a Arthur®  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora