En un intento por cambiar de aires y salir de su zona de confort, Marinette decide visitar a su tía en Londres por todo el mes de noviembre a pesar de saber que es una mujer un tanto especial.
Sin embargo, antes de siquiera empezar, aquel intento d...
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Día 08 » Gallo «
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Félix despertó inusualmente tarde a la mañana siguiente. Lo cual le vino relativamente bien, ya que de todos modos era domingo y no tenía ningún pendiente de la universidad. Así que se permitió —con todo el tiempo del mundo— estirarse cómodamente en su adorada cama antes de volver a cerrar los ojos para repasar los eventos de la noche anterior.
Y, no es algo que hiciera todas las mañanas, pero realmente le había causado curiosidad recordar qué es lo que le había hecho tener el sueño tan profundo como el de un bebé.
Recordó la angustia en el rostro de su madre cuando se fijó en que no llevaba el anillo con él.
Instintivamente, Félix frunció el ceño y tocó su anillo aún con los ojos cerrados, sintiéndose aliviado de tenerlo en su lugar nuevamente.
Luego recordaba haber llegado a la cafetería de Claude en la limusina de Amelie, y entonces había rechazado la confianza que su mejor amigo le entregaba. De nuevo.
Un pesar se acumuló en su pecho al rememorar la pequeña decepción y tristeza que hubo en el rostro de su mejor amigo, pero involucrarlo en su cruel realidad no entraba en discusión. Doliese lo que doliese. Y de pronto, aquel dolor tan efímero como lo pareció ser su noche anterior fue reemplazado por el shock cuando en su cabeza apareció un recuerdo de una durmiente Marinette en la limusina, con él admirando detalladamente sus delicadas facciones.
—No puede ser posible —Félix murmuró con incredulidad al recordar qué había hecho con su inconsciente y vulnerable amiga, cómo es que había parecido estar bajo un hechizo y había acercado sus labios a los de ella—. No, no, no —se sentó de golpe en su cama, llevándose la yema de sus dedos a sus labios, aquellos que parecían cosquillear con tan solo recordar lo que habían hecho—. Mierda.
¿Ella lo recordará? ¿Estaría enojada por su atrevimiento?
Después de pensarlo detalladamente, Félix quiso golpearse. ¡Claro que no lo recordaba! Dios, tal vez ni siquiera sabía qué había pasado. Ella estaba dormida después de todo, a las justas se movió mínimamente ante la molestia de ser interrumpida en medio sueño.
