En un intento por cambiar de aires y salir de su zona de confort, Marinette decide visitar a su tía en Londres por todo el mes de noviembre a pesar de saber que es una mujer un tanto especial.
Sin embargo, antes de siquiera empezar, aquel intento d...
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Día 17 » De mala gana «
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—¿Quieres hacer algo más?
—No, la verdad no. Estoy cansado, ya hicimos de todo —Félix suspiró, tirándose de mala gana al sillón—. ¡Hasta me enseñaste a hacer pan! Estoy aburrido, quiero salir.
Marinette asintió, dándole la razón y sentándose en el mueble cerca de la ventana, observando por ahí el día nublado del cual ambos se estaban perdiendo.
—Incluso le limpiamos la casa —Ella resopló frunciendo el ceño.
—Y metimos a lavar su ropa. —agregó Félix.
—Hey, eso es cierto. ¿Quién se cree que es para encerrarnos todo el día?
El rubio soltó una risa floja por la queja de su vecina, y le quitó importancia alzándose de hombros para después posar su antebrazo en su frente.
—Al menos mi madre la convenció para quedarnos juntos, sino, sería el triple de aburrido —comentó él, sin poder ver la tierna sonrisa que los labios de Marinette dibujaron—. Ella de todos modos me iba a reñir por habernos hecho escapar, incluso cuando tu tía ya nos había visto.
Y es que, si Amelie no se hubiera enterado de la situación y solo Marinette terminaba castigada, Félix probablemente se saldría con la suya y escaparía con la chica otra vez. Después de todo, no es como si le importara tanto las reglas que Shu Yin Cheng le pusiera a su sobrina, y si Marinette quería romperlas con él, ¡pues bienvenido sea! Juntos serían un gran equipo, algo se lo decía.
Félix solo obedecía porque fue su madre quien le había pedido de favor que acompañara a Marinette en el castigo. Sin embargo; a ojos de Shu Yin, Amelie había decidido castigar a su hijo también por el acto tan descortés —según sus palabras—, que había cometido.
Observó de reojo que la ojiazul agarró un pan de la canasta que habían puesto en la mesita de centro, y le daba un mordisco mientras no dejaba de mascullar lo injusta que era su tía en ponerles tal castigo. Después, dirigió su mirada hacia el antiguo pero bonito reloj chino que estaba en la pared, y se dió cuenta que eran las tres de la tarde. Tres en punto.
