Capítulo XII

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    Ni siquiera los exámenes más difíciles habían logrado que tenga en el estómago este revoltijo de nervios y ansiedad. Me miré en el espejo, intentando encontrarme algún defecto que me obligue a quedarme en casa. Mis pecas seguían ahí debajo de mis ojos, salpicando mi nariz. No había caso. Todo mi cuerpo estaba experimentando varios tipos de fenómenos naturales. Tenía un terremoto en las rodillas, un tornado en la cabeza,  pero un arcoíris en el corazón.  Tomé mi mochila con mi cámara, y me puse mi capellina negra de alas anchas. El invierno estaba llegando a su fin, pero aun no desaparecía el viento frio capaz de cortarte las orejas  si te alcanzaba en  una noche afuera. Miré la hora en mi celular, faltaba media hora. Repasé la dirección y el camino que tomaría mentalmente con mi bicicleta.   Me ajusté una vez más los cordones de mis botines negros. Alisé con manos firmes mi abrigo azul marino arriba de mis jeans oscuros.

- Es un tonto si no le gustas

Me sobresalté dejando caer las llaves al piso con estrepito. Mi mamá estaba sentada con una taza de café humeante entre las manos. Me miraba con una sonrisa picara.

- A veces me pregunto, si no me cambiaron al nacer con Emma, es que parecen las dos hojas del mismo árbol.

- ¿Cómo es él? – Me sonreía como una adolescente.

- Atractivo, y sofisticado. Te caería bien…

- Dime por favor, que no irás en bicicleta. – Se incorporó de un salto, y fue hasta un perchero donde colgaba una de sus carteras. Rebuscó, y antes de que me las ofreciera ya sabía que tenía las llaves de su auto en las manos.

- No, sabes que detesto conducir. – Me crucé de brazos, intentando parecer firme.

- Te vas a enfermar, además es tarde, puede pasarte algo – Hizo pucheros.

- Dame eso – Le arrebaté las llaves de un tirón.

Se puso a dar palmadas como una niña pequeña. Sacó de su bolsillo un labial, y antes de que me diera cuenta una mano de ella ya sostenía mi mejilla mientras que con la otra me esparcía pintura meticulosamente sobre los labios. Ni siquiera pude ver el color que era.

- Vas muy de negro, usas colores muy oscuros para alguien de tu edad, necesitas un poco de color en tu vida Lexy.

- ¿Te viste en un espejo? Estás en casa y llevas un vestido negro ahora mismo – Comencé a reirme como desequilibrada mental, lo que hizo que mi madre frunciera el seño.

- Antes muerta, que sencilla – Hizo un gesto dramático, llevándose una mano al pecho.

- Voy a llegar tarde.

- No es llegar tarde, es hacerse desear.

- Adiós, no me esperes.

- Usa protección.

- ¡Mamá por dios!

- ¿Por qué te pones roja? ¿Acaso eres virgen?

- No te incumbe – Le saqué la lengua y me fui dando un portazo.

  Al entrar al ascensor, comencé a maldecir a mi progenitora, en voz alta. Mi reflejo en el espejo parecía el de una prostituta francesa, me había pintado los labios rojo sangre, y mi boca, que antes parecía diminuta en mi rostro, era una invitación a una revolcada rápida contra cualquier muro. Genial. Genial. Genial. Estuve a punto de subir de nuevo a limpiarme, pero miré la hora una vez más y no tenía tiempo.  Saludé a nuestro portero con una sonrisa.

- ¿No lleva paraguas señorita Usher? – El anciano sonaba preocupado.

- No Peter, voy en coche esta vez.  – Procuré ser amable.

Furiosos PétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora