Capítulo III

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  Y ahí estaba yo, media ebria, bastante tonta, adelante del chico del parque. Le saqué despacio el mechón de pelo de la mano, y me tiré toda mi melena para un costado.

- Hola – lo, saludé mientras sonreía de medio lado, y levanté mi muñeca donde tenía un cardenal pequeño- ¿Hoy no me tiras al piso?

- Suelo complacer otro tipo de pedidos, pero si eso quieres, me encantaría tirarte al suelo – dijo mientras se me acercó lo suficiente para que pudiera sentirle el perfume. Olía a roble. 

- Tranquilo – Me aparté sin romper contacto visual – Me pones nerviosa, adiós.

- Tú eres la que tiene una foto mía, ¿y yo soy el acosador?

  Me di vuelta, me encogí de hombros, y por unos segundos la iluminación del lugar cambió, vi su figura recortada contra una cortina de humo de color.

- Así es la vida.

- Tú tienes una foto mía, yo quiero tener tu nombre.

- Alexa – hizo una seña indicándome que no me había escuchado.

- ¡Alexa! – repetí con más fuerza, mientras se me acercaba con las manos en los bolsillos ¿En serio no me iba a dejar ir? ¿Quería seguir hablando? ¿Con migo?

- Soy Albano, Albano Rainer – y me dio un beso en la mejilla.

  Ok, ahora si pensaba que era un idiota de primera, ¿Besos en la mejilla? ¿De verdad se la iba a dar de caballero inglés?

- Adiós  Rainer.

  Me dirigí al baño, y a penas entré  me miré en el espejo, tenía la cara colorada, más de lo normal, seguro que era por culpa del maldito vodka. Empezaba a sentir el olor del humo impregnado en la ropa, asique saqué mi perfume de la cartera y me puse un poco en el cuello. A estas alturas de la noche seguramente Emma, estaría enredando sus dedos en el cabello de Jordan.

  Emma era ese tipo de chicas, cuya vida giraba en torno a si tenía o no una relación amorosa. Desde los 14 años, que se había enamorado de Ryan Collings, en la escuela, el chico más inteligente de la clase, no recordaba una época, en la que no hubiera estado interesada en ningún chico. Ella vivía la vida como le parecía mejor, me repetía constantemente que no sabíamos lo que nos deparaba el mañana, y que debía aprovechar el momento. “Carpe diem” repetía constantemente. Yo quería decirle que estaba de acuerdo con lo de aprovechar el momento y todo eso, pero que no me parecía que eso significara darle tu corazón, mucho menos tu cuerpo, al primer idiota de cara bonita que se cruzara por el camino. Todo terminaba siempre de la misma manera, Em en mi casa hecha un mar de lágrimas, yo diciéndole que el tío era un idiota (lo que menos servía en un momento así, era un “te lo dije”). Y juntas le poníamos mil y un parches a su corazón, con cucharadas de Nutella y maratones de recitales de nuestras bandas favoritas.

 Me di un último vistazo en el espejo, y vi el reflejo de mi tatuaje en mi brazo. Al salir, apenas di un par de pasos, alguien me agarró del brazo. Era Patrick, casi me había olvidado de él.

- No corras Cenicienta – perfiló con la punta de su dedo mi tatuaje, provocando que me diera escalofríos.

- No te había visto, ¿volvemos con los demás?

- ¿No te gustaría bailar un poco?

- Ok, pero antes necesito un trago.

- Me agradas

  No sé porqué pero le sonreí. Fuimos a la barra, y esta vez quería algo más fuerte, pedimos dos shots de tequila cada uno. Se puso el limón entero en la boca, de modo que le quedó una sonrisa amarilla, y me hizo reír. Le pasé la lengua a la sal en mi mano, y golpee con fuerza la barra con el vaso del shot, después de meter entre pecho y espalda el primer trago. Miré hacia arriba mientras sentía como la bebida me quemaba la garganta, mordí el limón. Y miré al camarero desafiante.

Furiosos PétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora