Capítulo XIV

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  A veces algunas cosas pueden transmitirte cierta paz, que sabes que no vas a encontrar en ningún otro lugar, tu familia, tus amigos cercanos, tu hogar…pero cuando esa paz te la transmite una persona que te gusta, y más aun, si esa persona es Albano Rainer, el sentimiento es extraño, entras en un estado nebuloso sabiendo  que puede ser efímero, sabes que algún día puedes salir de él,  la armonía se puede romper en cualquier instante y es lo que hace que quieras alargar cada segundo. Estaba despierta mirándolo dormir, admirando cada detalle de su rostro. Tenía algunas pecas que le salpicaban la nariz, y su piercing destellaba en la semioscuridad. Sus pestañas negras se recortaban furiosas contra sus pómulos blancos. Olía bien, a pintura y a chocolate. Intenté liberarme de su abrazo para poder observarlo mejor, pero me fue imposible moverme. Desistí y me acomodé en su pecho, inspirándolo mientras hacía pequeños círculos con mi dedo índice sobre su piel desnuda. Mi respiración decidió  imitar a la suya, y sin darme cuenta, me quedé dormida con la pregunta en mi mente, de si él sentiría lo mismo por mí.

  Los siguientes días pasaron demasiado rápido. Es sorprendente lo complicado y agotador que resulta mudarte. Descubrí  que tenía más pertenencias de las que era consciente. Emm y Patrick me ayudaron en todo lo que pudieron, mi mamá insistió en darme consejos de decoración, pero desistió después de que le dije siete veces que no era necesario. Un mes después de haberme  enterado de que mi papá tenía una segunda vida, y haber vivido un drama familiar digno de telenovela, me había independizado al fin, bueno, el apartamento lo había comprado con dinero de mi padre, pero vivir sola, y no depender de un adulto, es independizarse en cierta forma ¿no?. Estaba feliz, mi piso no era muy grande, ni muy moderno, pero era mío. Tenía un rústico piso de madera y las paredes pintadas de blanco hacían que de día se ilumine muchísimo con la luz natural que entraba por los ventanales que iban del piso al techo en el salón.

  Era mi segunda noche durmiendo sola en mi nueva casa, había decidido hacer una cena para Emma y para Patrick, para compensarlos por las molestias que se habían tomado.  Estaba descalza caminando por mi cocina, mientras ellos reían en el comedor. Habían llegado una hora antes de lo pactado, yo estaba en pijamas y despeinada, ellos se abalanzaron sobre mí con una montaña de bolsas con regalos ¿podía pedir mejores amigos?

- Cielos, es la comida más deliciosa que he comido jamás… - Dijo Patrick, mientras se estiraba en su silla.

- Estás exagerando… - puse los ojos en blanco, mientras retiraba los platos.

- Deja eso, yo lo haré, es lo justo – dijo Emma mientras me quitaba las cosas de las manos.

- Está bien…- Me encogí de hombros mirando a Patrick intentando adivinar que traían entre manos estos dos.

Lo supe al instante. Emma termino de lavar todo demasiado rápido, y volvió con una botella sospechosa entre las manos…

- No es en serio – Fruncí el seño.                                         

Patrick se incorporó para buscar tres vasos de la cocina.

- No no no – Supliqué.

- Sí sí sí – dijo Emma dando pequeños saltos de ansiedad.

Llenaron cada vaso. Hasta el tope. Hacía semanas que no bebía  una gota de alcohol, aquello iba a sentarme muy mal.

- Debemos brindar, y la dueña de casa, debe hacer el primer fondo blanco – sugirió mi mejor amiga, o al menos creía que lo era.

- Voy a quedar en coma.

- No seas exagerada.

- Lo haces a la cuenta de tres, o le digo a tu novio que tienes fotos de él durmiendo.

Furiosos PétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora