Capítulo II

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  Ese sábado me desperté más temprano de lo normal. Tenía ganas de revelar las últimas fotografías que había sacado. Cuando nos mudamos a este piso, mi habitación tenía un vestidor gigante, al igual que todas las demás. A los 15 años amenacé a mi padre de muerte para que me construyera un pequeño laboratorio de revelado en él.  Después de estar un mes seguido insistiendo, y fallando algunos exámenes como protesta, al final accedió. Asique ahora tenía mi propio laboratorio fotográfico en mi habitación, y me pasaba varias horas ahí adentro, haciendo magia. Era increíble cómo a través de algunos procesos químicos, se pasaba de un negativo, a una fotografía.

 Soy de esas personas que si no se duchan al despertar, no despiertan del todo, y voy por la vida cual zombie de “The walking dead”, sedienta de carne humana, ok no, no tanto. La cuestión es que bañarme al despertar forma parte de mi rutina desde que sé hacerlo por mí misma. Asique luego de bañarme, me puse mi ropa de “estar en casa”, unos jeans, una camisa de leñador roja suelta y mis botas de flecos, las que mi mamá odiaba, porque decía que eran unas “malditas botas hippies”, lo divertido, es que las había encontrado en el fondo de su propio vestidor, un día husmeando.

  Me encerré en mi laboratorio, al cual había llamado “The Factory”, igual que Andy Warhol a su estudio, puse mi cd favorito de The strokes, y al ritmo de “Last Night”  comencé a revelar las fotos en el medio de la oscuridad, con la pequeña luz roja necesaria para ver apenas un poco.          

            Al tiempo, las imágenes fueron apareciendo en el papel, para estar colgadas una al lado de la otra de un cordón que atravesaba mi mesa de trabajo. Hasta que llegué a la última. La del chico skater del parque. Su rostro fue apareciendo de a poco, colgué la foto y me alejé un poco, mirándola de costado. Sonreía, la foto se veía super natural. Reafirmé mi primera impresión de él en ese momento, era muy atractivo, tenía una sonrisa de dientes perfectos, de esas que debes usar mínimo 100 años de ortodoncia para conseguir. Sonreía de costado, como si supiera que tenía el mundo a sus pies. La verdad es que una foto que había tomado casi por accidente (ya les había dicho que esto me pasaba), parecía, ahora, en blanco y negro, salida de una revista de moda. Ya tenía  un lugar reservado para ella en mi pared de retratos favoritos.

  Se hizo mediodía, y decidí salir de la fotocueva para ver si había alguien en casa. Encontré a mi mamá hablando por uno de sus teléfonos (sí, tenía dos)  apoyada en la encimera de la cocina, tapándose con la mano derecha el oído libre. Esto lo hacía porque Berta, que era nuestra ama de casa sustituta, pasaba la aspiradora en el living, haciendo algo de ruido.

– Ok, necesito las 200 rosas blancas para las 18:00 hs.  – Le indicaba a alguna de sus tres asistentes. – Pedí que las reservaran en Castle Flowers hace dos semanas, asegúrate de que sean de excelente calidad. Y como no sean buenas, diles de mi parte que han perdido a su mejor cliente.

Cortó el teléfono sin siquiera despedirse, sí, así era ella.

- ¿”E.I”? – Pregunté, lo que en su idioma económico significaba “evento importantísimo”

- Es un “E,I” al cuadrado cariño, es la boda del mes, tendrá cobertura de dos revistas, nada puede salir mal.

  Hablando de eventos, recordé que esa noche se supone que sería arrastrada mientras mis uñas rasgaban el suelo de madera, y aunque intentara atarme a la cama, a la mesa, o a cualquier mueble que me hiciera de ancla, el terremoto Emma Blind, inventaría la teletransportación ella misma con tal de llevarme a la discoteca.

- Esta noche quizás salga con Emma, iremos a un club – Se lo avisaba solo por costumbre, era obvio que no estaría ni antes de irme, ni después de llegar

Furiosos PétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora