Capítulo X

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  Es curioso cómo cuando uno quiere adelantar el tiempo, las horas parecen expandirse, y los segundos caminan a paso de hormiga uno atrás de otro. Estaba mirando la manecilla del segundero de mi reloj deseando tener  alguna clase de poder mental que hiciera que se moviera más rápido.    Lamentablemente, mientras más lo mirara, más larga sería mi tortura. Resoplé haciendo volar hacia arriba algunos de los mechones de mi flequillo. Estaba sentada al fondo del salón de clase, la voz de la profesora me llegaba distorsionada como si me encontrara debajo del agua.  Mi compañero de banco me miraba de reojo mientras tamborileaba mi doctrina marxista con la punta de mi lápiz. Perdí el control del lápiz y salió disparado hacia un costado, haciendo ruido al caer al piso. El chico fue más rápido que yo, se agachó y en segundos tenía el lápiz frente a mis ojos de nuevo.

  Le dije gracias moviendo los labios, sin emitir sonido.  Me dedicó una sonrisa y continuó mirando hacia adelante. Intentar concentrarme era inútil. Estaba ansiosa. Demasiado.

  Había casi sucumbido al suplicio cuando el timbre final, sonó y me sacó de mis ensoñaciones. Guardé mis cosas  con la velocidad de un rayo. Y me colgué mi mochila al hombro. Caminé por los pasillos de la universidad nerviosa. Emm se me sumó, y me codeó la costilla.

- Estás radiante – me miró intentando adivinar el motivo.

- Rainer – intenté no sonar emocionada.

- AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH – soltó un grito que me hizo sobresaltar, y todas las personas voltearon a mirarnos.

- Por favor, no, no hagas el baile feliz. – No tenía caso. Y aquí viene… el baile felíz.

  Emma comenzó a dar saltitos mientras sacudía sus brazos de un lado a otro, y luego hacía el submarino. Yo estaba a su lado, mirando hacia ella, riéndome. Y no me importó. Comencé a bailar, mientras a nuestro alrededor algunos se nos reían. Otros murmuraban en silencio. Increíble lo feliz que puedes llegar a ser cuando te importa nada lo que los demás piensen. ¿Así era?  Terminamos el baile feliz y nos abrazamos sin dejar de reír.

  - Me vas a tener que contar todo. Más tarde, iré a tu casa. – Me dio un beso en la mejilla y nos despedimos.

Me paré en la puerta de entrada y miré hacia todos lados. En un costado visualicé una Triumph de un negro reluciente, Matt era fanático de las motocicletas clásicas, moriría si viera la moto de Albano.  

  Apoyado en ella estaba él, con un casco  igual de negro en una mano, la otra mano oculta en su  bolsillo. Estaba relajado, sonreía de lado, como si tuviera el mundo en su puño.  Algunas chicas lo miraban sin disimulo. Bajé las escalinatas corriendo, haciendo que mi mochila rebotara en mi espalda.

- Hola – Lo saludé fríamente, no éramos nada. ¿Cómo se supone que saludas a la persona que te gusta pero que es demasiado arrogante como para permitirte disfrutar de ello? Otra vez estaba vestido todo de negro.

- De nada – Mantuvo el mismo tono frío que había usado yo.

- ¿Por qué se supone que debo agradecerte? – Levanté una ceja.

- Por venir a rescatarte de este castillo embrujado donde torturan a señoritas metiéndole en la cabeza ideas estúpidas.- Lo dijo mientras extendía su dedo índice hasta mi ceja haciendo que baje.

- ¡Ja! ¿Y qué se supone que eres? ¿Un príncipe? Querido, te ves más como un ángel de la muerte  - Un sexy ángel de la muerte, claro que eso lo mantuve para mí. Capturé su mano entre las mías, me acerqué lo suficiente para que nuestros ojos quedaran a poca distancia – Además, yo no necesito que me rescaten.

Furiosos PétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora