VII. Vacío.

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Elizabeth Sagahón había burlado exitosamente a los guardias de Bravante; eran las escasas 5 de la tarde, el sol comenzaba a bajar, el bullicio del exterior, personas comunes se disponían a comprar en el centro de Tampico, niños y madres paseaban p...

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Elizabeth Sagahón había burlado exitosamente a los guardias de Bravante; eran las escasas 5 de la tarde, el sol comenzaba a bajar, el bullicio del exterior, personas comunes se disponían a comprar en el centro de Tampico, niños y madres paseaban por ahí, correteando los carritos de globeros, y dulceros que frecuentaban la zona.

Había atravesado los puestos que se encontraban a un costado del Internado y se había puesto a esperar a su fuente. Las bancas laterales al SAT eran un excelente punto de reunión; había recorrido sus encuentros hasta llegar a un sitio más cómodo y en el cual pudiera esconderse mejor.

Se postró en una de las bancas, su atuendo ajeno y versátil para evitar relación entre ella y Bravante, había surtido efecto de manera exitosa, pensó mirando hacia el águila en la estatuilla.

Quería ser libre, y qué mejor momento para infraccionar las normas que huyendo del reclusorio, que diga Internado.

Sagahón, miró por segunda vez su teléfono. Alberto Trujillo había sido su conexión al exterior más fuerte, y necesitaba información para ese juguete diabólico llamado Gonzalo. Se está tardando tintineó sus uñas en la pantalla de su teléfono.

Elizabeth difícilmente mostraba inquietud, pero era inusual la tardanza de Alberto. Chascó la lengua y decidida a levantarse del asiento caminó unos cuantos centímetros que le separaban de su anterior posición. Pero Alberto apareció a un costado; traía un sobre diminuto, apenas perceptible al ojo humano.

Elizabeth sonrió con suficiencia y tomó con sigilo la información.

Gracias... susurró más para sí, que para su interlocutor, sonriendo. Trujillo había aminorado su paso, lo suficiente para recibir el mensaje.

Sus gestos en código significaban no entablar conversación, no emitir palabra. Solo el intercambio de señas particulares: como el movimiento de cejas, el intercambio de miradas y el mover constante de sus manos, una sonrisa, un suspiro. Esas constantes breves, y a veces imperceptibles acciones eran la comunicación más sincera y leal que Elizabeth había experimentado en toda su vida, toda almidón, celdas, modales y regaños.

Presiones... que bien se sentía estar alejada de ellos.

Alberto caminó en sentido contrario a Sagahón, asintió con una mirada de complicidad, siguiendo su camino hacia la Plaza de la Libertad.

«Gracias».

Por otro lado Elizabeth escondió el diminuto sobre dentro de su teléfono. Miró hacia el público alrededor y caminó de regreso a Bravante. Nada había pasado, aún.

Gonzalo caminó con paso rápido a través de las escaleras; no sentía el piso después de lo que se había enterado.

Inaudito rompió en cólera Goitia. Su mirada se había transformado en el momento en el que sus sospechas se hicieron lógicas, su realidad comenzaba a desmoronarse. Corrió lo más rápido que pudo hacia las zonas verdes de Bravante; había visto por el pórtico que Munive, Nabor y el chicle de este, la chica llamada Eva se encaminaban hacia allá, recordó Goitia.

Internado Bravante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora