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12: Leo, Regulus, 77 años luz.

Repasé mentalmente el último acontecimiento. Mi cerebro se negaba a asimilarlo, pero la realidad era clara y cruel, dispuesta a aplastarme bajo una certeza que amenazaba con comprimirme los pulmones.

Había suspendido, así de simple.

Así de rápido de expresar en palabras.

Debí esperármelo, prepararme para ese escenario cuando apenas tuve un par de minutos para estudiar. Estuvo claro desde el primer segundo. Quedé condenada tan pronto que no tenía sentido inquietarse por eso ahora.

Es cierto que no tenía sentido, pero me golpeó con tanta fuerza que algo se desestabilizó en mi interior. Era mi primer suspenso. Siempre estuve muy orgullosa de mi media, de mis notas altas, de mi capacidad intelectual, y ahora eso... mi apreciada media sufría un descenso inesperado.

No era el fin del mundo.

Un examen suspenso no era la gran cosa.

No importaba cuantas excusas o pensamientos paliativos generase, pronto desaparecían, dejándome con una extraña y tibia sensación de vacío en el pecho. Me zumbaban tanto los oídos que no me percaté de la salvaje tormenta que tenía lugar fuera del edificio de física hasta que me detuve en la entrada.

El agua caía de forma torrencial, empapando las calles. Las gotas golpeaban bruscamente el asfalto mojado, creando estrechas corrientes de agua entre los adoquines, volviendo el terreno resbaladizo y accidentado. El cielo estaba tan oscuro como si se tratase de noche cerrada y se iluminaba con el resplandor blanquecino de los relámpagos que surcaban el horizonte, ramificándose en chispeantes zarcillos de electricidad.

Apenas escuché los truenos, el ruido se fundió en ese insistente murmullo que dominaba mis pensamientos y miré con pasividad a la gente, corriendo, tratando de guarecerse. Solo llevaba un abrigo de pelo, ridículo para el tiempo, ni siquiera estaba en posesión de un paraguas y mucho menos me esperaba el coche en el aparcamiento, ya que Ashton se lo llevó por la mañana.

El teléfono me vibró en el bolsillo trasero de los vaqueros, y sin ser consciente del todo de las órdenes que mandó mi cerebro, lo rescaté, contemplando la pantalla sin verla realmente. Mis ojos recorrieron las letras del conjunto de mensajes y una parte de mi cabeza sí las comprendió.

Unos cuantos mensajes eran de Ashton, alertado por la tormenta, preguntándome a qué hora salía para poder venir a buscarme en plena tempestad. Se le notaba preocupado y un poco culpable por el hecho de que me hubiese quedado sin una opción aceptable de volver a casa.

Drake también me había escrito, para averiguar qué tal me había ido el examen y si necesitaba que alguien me recogiese. April, Tessa y Dexter también se habían ofrecido a aquello. Desplacé la mirada de la preocupación colectiva hacia mi persona, a la implacable lluvia congelada.

Como dije, solo una parte de mi cerebro reaccionó a los mensajes, la otra seguía entumecida, apática por lo sucedido. El suspenso solo fue la gota que colmó el vaso. Me demostró mi ineptitud, denostando lo ingenua que fui al pensar que podía manejar todo perfectamente.

Ocuparme de las tareas domésticas, sustituir a mis padres en muchos de los puntos importantes en la vida de Robin, apoyarlos incondicionalmente porque sus trabajos eran importantes y ellos me necesitaban ahí. Estudiar, dormir sin tener pesadillas, fingir que aquello no me seguía afectando.

Había pasado unas cuantas semanas mintiéndome a mí misma, sobreestimando mi propia estabilidad y haciendo como si nada, cuando en realidad estaba agotada y sobrecargada. Cuando necesitaba que me cuidasen y no al revés.

Iridiscencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora