43: Ara, Beta Arae, 600 años luz.
—Creo que no voy a poder mirar a tu padre durante un tiempo.
Jaden continuaba sentado sobre la taza del váter, con el pelo hecho un desastre por mis inquietos dedos, los labios brillosos e hinchados y una mirada que añadía capas de inestabilidad a mis ya de por sí débiles rodillas. A lo largo de los años había desarrollado una resistencia, caída tras caída, impacto tras impacto, pero lo que me hacía sentir Jaden en toda la gloriosa extensión de la palabra excedía mis límites físicos.
Esbozó su particular sonrisilla perdonavidas con un claro matiz orgulloso de lo más atractivo.
Destacaba entre los azulejos blancos del baño, vestido de colores oscuros, con su inseparable cadena en el cuello y los trazos de tinta que se adivinaban bajo la tela. Tan grande, tan gris, tan adictivo.
—¿Tienes miedo de que lea en tu mirada que has mancillado a su hija en el cuarto de baño mientras él disfrutaba de su café?
La sonrisa de Jaden se hizo más ancha, más peligrosamente divertida.
—¿Mancillar? —degustó la palabra con burla—, ¿quién dice eso?
—Yo —respondí, muy dignamente y terminé de adecentarme frente al espejo la ropa que prácticamente me había arrancado. Traté de alisar las arrugas que mi arrebato había generado—. Acostúmbrate.
—¿A qué uses esa palabra o a que te mancille a la hora del desayuno? —su voz grave reptó por mi columna vertebral en forma de escalofrío.
Por favor y gracias, sí.
Ignoré la nueva debilidad en mis piernas ante su insinuación y le lancé una mirada de fingido aburrimiento.
—Compórtate y lo averiguarás.
Jaden se incorporó despacio y quedó a mi espalda. Trabé mis ojos en los suyos a través del reflejo del espejo y, cuando sus dedos me apartaron los mechones del cuello y sentí el roce tibio de sus anillos sobre mi piel cálida, tuve que aferrarme al borde del lavabo para no exteriorizar el estremecimiento que me granjeó.
Contemplé maravillada como se inclinaba hasta que sus labios me rozaron la mandíbula y ascendieron lentamente, demasiado lento para mi salud mental, hasta detenerse en mi oído. Su respiración caliente casi me roba un nuevo jadeo extasiado. Mi cabezonería e instinto de dar pelea me mantuvo impasible, aunque mi interior volvía a derretirse.
Mi organismo era insaciable y egoísta, y el término conformarse no existía.
Siempre disfruté del sexo como actividad, pero Jaden iba camino de convertirme en una ninfómana.
—¿Me castigarás si no me comporto? —susurró con total intención.
Los nudillos se me pusieron blancos por la presión que ejercí y procuré no cerrar los ojos. Pero su voz, tan grave, tan cerca, tan... mierda.
—Eso es otra cosa que tendrás que averiguar por tu cuenta —mi voz fracasó a la hora de ocultar el torbellino de emociones, sonando más ronca de lo usual.
Jaden se dio por satisfecho y se irguió, resaltando nuestra diferencia de altura.
—Tu pelo es un desastre —resaltó, cogiendo uno de mis mechones entre el índice y el pulgar.
Arqueé las cejas con burla.
—¿Y de quién es la culpa?
—¿Por suerte para mí? Mía —. Liberó mi cabello, pero solo para alcanzar el cepillo que reposaba sobre el lavabo—. Deja que me ocupe.
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Iridiscencia ©
Teen Fiction"Algunos tenemos un acabado mate, otros satinado, otros esmaltado. Pero de vez en cuando conoces a alguien que es iridiscente y, cuando ocurre, no hay nada comparable".