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 23: Canes Venatici, Cor Caroli, 110 años luz. 

Lo observé irse, con esa potente aura de perdonavidas que cargaba, caminando con los hombros un pelín tensos y base de largas zancadas. Lo seguí con la vista, incapaz de escapar de la fuerza gravitatoria que tironeaba de mi estómago sin un ápice de pudor o sensatez. No fui capaz de localizar ninguna de las dos cualidades en el campo devastado que era mi cerebro cuando los labios continuaban hormigueándome en una contundente protesta por lo que no había sucedido.

Era terriblemente atrayente, incluso con el uniforme blanco rebozado de barro tras sus caídas, y dispersas briznas de hierba adhiriéndose a distintos puntos de su anatomía. Tenía unas cuantas entre sus indomables cabellos castaños cobrizos y una especialmente incitadora en su trasero.

—Nora —gruñó Ashton, en un infructuoso intento de captar mi atención.

Proferí una amarga protesta en mi foro interno y me giré, con un poquitín de lentitud adicional en un tenue amago de incrementar la molestia de mi hermano mayor. En cuanto nuestras miradas se encontraron, esbocé una sonrisa encantadora y pendenciera.

—Dime, hermanito. —Ashton despegó los labios para cargar su réplica, pero me adelanté, ensanchando mi sonrisa—. ¿Qué mensaje de mamá no entendías?

Las pobladas y oscuras cejas del quarterback se aproximaron peligrosamente, profundizando en esa actitud huraña que convertía su rostro pétreo y de líneas firmes en algo objetivamente aterrador... para alguien ajeno a su verdadera faceta de enorme oso amoroso, claro.

—Está bien —pronunció, armándose de paciencia y relajando un poco el gesto. Se dejó caer a mi lado en las gradas y me miró con una fijeza intensa y acaparadora. Supe que trataba de hurgar entre mis pensamientos, sacar conclusiones del más mínimo indicio de culpabilidad en mi rostro—. Déjame hacerte una pregunta. Solo una pregunta. Y sé sincera... —dudó, presionando los labios en una línea ofuscada—, por favor —soltó, para suavizarlo.

Ladeé la cabeza, sospechando la dirección de aquella pregunta y le sostuve la mirada con los párpados entrecerrados.

—Adelante —acepté.

Ash asintió, tragando saliva de tal forma que su marcada nuez de Adán descendió por su cuello.

—¿Te has tirado a Jaden Dixon?

Lo dijo tan deprisa que apenas se distinguieron los espacios entre las sílabas y tardé unos cruciales segundos en responder mientras mi cerebro abarcaba la totalidad de la frase. Ashton inspiró hondamente, impacientándose. Aguardar no era uno de sus puntos fuertes y nunca lo fue. Parecía a punto de echar humo por las orejas como una caricatura.

—No —respondí, dejando que la sinceridad más absoluta se filtrase en mi tono de voz.

Ashton no se contentó ni mucho menos, inclinándose hacía mí, adentrándose en su actitud de sospecha.

—Pero...

—Pero... —recité, alargando las vocales con musicalidad y frunciendo el ceño por mi lado.

No es que disfrutase torturando a mi hermano permitiendo que elucubrase diversos y ficticios escenarios en su cabecita de patán. Quizás un poco. Procuraba ser cautelosa en la cantidad de información que revelaba y en la forma en el qué lo hacía, así que prefería la rotundidad como garantía antes de responder apropiadamente.

—¿Ha sucedido algo entre vosotros?

—Define algo.

—Eso es prácticamente una admisión de culpa —resaltó enfurruñado.

Iridiscencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora