26: Monoceros, Beta Monocerotis, 690 años luz.
Solo supe que cuando fui consciente de lo que me ocurría ya era demasiado tarde.
Simplemente perdí el control absoluto de la situación, se me desdibujó la mente y todo quedó reducido el eco de la canción reproduciéndose en el interior de mi cabeza, despertando de su letargo los recuerdos bloqueados y enterrados profundamente en lo más recóndito de mi memoria. Estaban ahí, igual de frescos, igual de potentes. Cualquier esfuerzo pasado de fingir que no existían, que las heridas estaban sanadas, que el trauma había sido superado... se esfumaron, estallando en mil pedazos.
Fue una combinación de factores, un segundo y terrible Big Bang, una fuerza desestabilizándose, el equilibrio rompiéndose... y el caos desatándose.
Se me olvidó como respirar, como pensar y donde me encontraba. Solo escuchaba la música y los ruidos, con muchísima claridad. Con una precisión espeluznante y tan real que me encogí sobre mi misma, en el asiento trasero del vehículo de Jaden, aún semidesnuda, sosteniéndome la cabeza con ambas manos, taponándome los oídos como si pudiera aplacar aquello, silenciarlo.
Notaba las dificultades para respirar, las lágrimas ardientes siendo derramadas a intervalos agónicos y como cada sollozo me destrozaba la garganta. No estoy muy segura si solo temblaba o era algo más parecido a una convulsión, apenas tenía control sobre mi cuerpo.
Cerré los ojos con tanta fuerza que chispas blancas poblaron la cegadora oscuridad.
Me pareció escuchar mi voz, distorsionada, a través de un fluido muy espeso, como si estuviese inmersa en aceite y las ondas chocasen sin alcanzarme. Vagamente percibí el tacto de unas manos fuertes y grandes en mis hombros. Esa pequeñita parte racional que continuaba activa, debatiéndose en la tormenta, era medio consciente de que Jaden estaba ahí, a escasos centímetros, siendo un espectador espantado de mi lamentable estado.
Pero ni eso logró espabilarme.
Sollocé con más fuerza, aferrándome el pecho que me dolía horrores por la falta de aire, jadeando, con los pulmones comprimiéndose en el interior de mi caja torácica. La canción se mezcló, como sucedió aquel día, a través de los acordes se reprodujo el golpe. Seco, potente y fulminante. Y después acudieron los gritos de pánico y sorpresa que sucedieron poco después.
—Nora, ¡Nora! —Jaden me zarandeó un poco, agobiado, cerrando los dedos con firmeza en torno a mis muñecas. Luché, tratando de evitar que me moviese, que las bajase. Pero el jugador de fútbol era mucho más fuerte y aunque la adrenalina zumbaba en mi torrente sanguíneo, no le costó demasiado doblegar mi desesperada resistente. No fui capaz de enfocarle el rostro—. Joder, Nora, dime que pasa. Nora... Nora, por favor, habla...
Quise encontrar sus ojos, pero mi mente escupió la imagen que más me había perseguido, como si volviese a tenerla a pocos metros y fue como si el chico se encontrase a años luz de distancia. Entre ambos había un abismo insondable que se tragó toda la luz.
La sangre. Joder. Demasiada sangre. Cada vez más. Extendiéndose. Ganando terreno.
Y ni siquiera era lo peor.
Lo peor, lo peor era...
—¡Nora! —Apretó mis muñecas, tirando de mi cuerpo un poquito hacia delante. Mi pecho seguía sacudiéndose a una velocidad supersónica e insostenible—. Hey, Nora. Estoy aquí, mierda. Mírame. Estoy aquí, ¿vale? No sé que cojones sucede. No sé... no sé que te pasa. Pero no es real.
No podía centrarme en él.
No mientras siguiese reproduciéndose esa estúpida canción en la radio. Ese lado despierto y alerta de mi cerebro me chilló una orden clara que fui perdiendo intensidad y apenas alcanzó mis labios. Temblaba de pies a cabeza y los labios no eran una excepción, las palabras se me quedaron atoradas en la parte alta de la garganta y la sensación de ahogo se incrementó.
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Iridiscencia ©
Teen Fiction"Algunos tenemos un acabado mate, otros satinado, otros esmaltado. Pero de vez en cuando conoces a alguien que es iridiscente y, cuando ocurre, no hay nada comparable".