30: Eridanus, Achernar, 144 años luz.
Froté con muchísimo ahínco, como si eliminar el más mínimo rastro de suciedad del fondo del horno fuese a eliminar mis problemas de un plumazo. Como si aquella mancha representase cada aspecto negativo del universo. Como si librándome de ella me librase de lo demás.
Apreté los dedos, introduciendo mi cuerpo un poco más en el espacio reducido del electrodoméstico y continuando mi tarea con un entusiasmo desmedido. Me dolían un poco los dedos y había roto a sudar. Suspiré, frustrada, arrastrándome fuera, quedando sentada sobre mis pies, en el suelo de la cocina, limpiándome las gotitas de sudor con el dorso del brazo.
Ash estaba allí, relajadamente apoyado en la encimera, contemplándome con las cejas enarcadas. Sostenía un botellín entre sus dedos y esgrimía una sonrisa burlona, como si mi arrebato de maniática de la limpieza le divirtiese de algún modo.
Desde mi posición jadeante en el suelo lo asesiné con los ojos, recreando en mi cerebro multitud de escenas truculentas.
—¿Estás bien? —interpeló, sin inmutarse por mi ceño huraño. Signando al tiempo que pronunciaba las sílabas.
—¿El entrenador te deja beber un día de partido?
Ashton miró el botellín, sin borrar su sonrisa.
—Es sin alcohol —aclaró y tanto en su tono como en sus señas detecté un matiz burlón. Enserió su expresión después de emitir un breve gruñido entre dientes—. Además, a ese tipo no le puede preocupar menos nuestro rendimiento. Asume las derrotas antes de que sucedan.
—¿Y su sueldo no depende de eso?
—Le deben pagar una miseria, entonces —sus ojos oscuros me analizaron unos instantes y se llevó la cerveza a los labios, dando un trago lento antes de decidirse a abordar el asunto que lo trajo aquí en primer lugar. Lo tenía calado—. ¿Vas a explicarme lo que ha pasado?
—¿Vas a querer oírlo? —rebatí.
Estaba siendo un poco borde, brusca. Ashton no tenía la culpa de nada. Lo sabía perfectamente. Pero no estaba del mejor humor para ser justa. Después de la llamada perdida no había sido capaz de contactar con Jaden. Probé un par de veces más. E incluso le escribí un mensaje preguntándole por el estado de Liz. Él no me respondió. A nada de eso. Y descubrí mi lado más orgulloso y dolido, así que, ante el vacío recibido, no insistí.
Y eso me ponía más nerviosa y combativa.
—Puedes omitir detalles... no relevantes para la historia.
—Detalles —repetí yo, elevando las cejas.
—Detalles —asintió Ashton, nada abrumado por mi actitud arisca—. O puedes seguir intentando desintegrar el horno. Lo que prefieras.
—No puedo desintegrarlo.
—¿Vas a hablar?
Eché la cabeza hacia atrás, deshaciéndome de los espantosos guantes amarillos que llevaba. Los tiré de forma algo descuidada sobre el fregadero y me limpié las manos con un trapo, aprovechando esa sucesión de movimientos para cavilar mis opciones.
—¿Qué sabes? —me giré hacia él.
Ashton se acercó un poco, apoyándose a mi lado en la encimera. Era incluso más alto que los gemelos, con los hombros más anchos. Su complexión física era imponente. Llevaba su melena morena peinada hacia atrás, se acababa de duchar y olía bien, a champú y a loción de afeitar.
—Poco —admitió—. Lo poco que me contó Hank al respecto.
—¿No sabes nada de Jaden?
Ashton negó, despacio.
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Iridiscencia ©
Teen Fiction"Algunos tenemos un acabado mate, otros satinado, otros esmaltado. Pero de vez en cuando conoces a alguien que es iridiscente y, cuando ocurre, no hay nada comparable".