✨27✨

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Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio —Rayuela ☄️. 

27: Saggitarius, Kaus Australis, 145 años luz.

Me desperté un poco desubicada en el espacio. En algún punto de la noche caí en un sueño profundo y cerrado del que emergí con torpeza. Lo primero que enfoqué fueron unas sábanas arrugadas en una cama que no encajaba del todo con mis pensamientos. Tardó unos dos segundos en asimilar la información y recordar la serie de acontecimientos que habían terminado con mi trasero entre las sábanas de Jaden Dixon.

Hablando del diablo...

Extendí una mano para palpar las sábanas a mi lado, vacías, pero aún cálidas. Podía escuchar el ruido del agua de la ducha a escasos metros. Aún adormilada me extendí, deshaciéndome de la tensión de mis músculos, antes de volver a acurrucarme, hundiendo la nariz en el tejido acogedor. Olía a Jaden. Por todas partes. Pero ahí era especialmente intenso.

Cerré los ojos, hundiendo los dedos entre las sábanas, sintiendo como mi cuerpo se relajaba de inmediato cuando ese aroma tan particular se apoderó de mis sentidos. Había chicos que olían genial. Y siempre me había gustado. Pero... el aroma natural de Jaden era una dimensión completamente diferente, inexplorada, rica y atrapante.

Aún recordaba como me sentí cuando escondí la nariz en el cuello de la sudadera que me lanzó en las gradas. Supe que podía volverme adicta a él. Y ahí estaba, cual yonqui, extasiada, disfrutando de lo bien que se sentía estar en su cama.

Abrí los ojos lentamente, repasando una vez más aquella habitación, dejando que mi vista vagara por los diferentes utensilios de arte que tenía diseminados por ahí. Había cierto orden en medio de aquel caos. Una escultura inacabada en el suelo, junto al caballete que sostenía un lienzo con un cuadro a medio empezar. Así como diversas láminas apiladas junto a una pared.

Sin duda Jaden tenía talento.

No entendía demasiado bien acerca del valor artístico, pero sí de proporciones, de matemáticas, y todas sus composiciones eran precisas en ese aspecto cuando debían serlo. Algunas eran incluso tan realistas que parecía que en cualquier momento fuesen a escapar del papel y ponerse a revolotear en el aire.

Me quedé atrapada en las motas de polvo danzando en el aire cuando el agua se cortó. Me moví un poco para poder atisbar la puerta del baño. Jaden no se hizo mucho de rogar y en un par de minutos se detuvo bajo el marco, secándose su despeinada y húmeda melena castaña, ahora muy oscura, con una toalla.

Me mordí el labio inferior de forma involuntaria, curvando los dedos de los pies ante semejante acto de la naturaleza. Los átomos se habían ordenado maravillosamente bien en su cuerpo, porque... joder. Iba desnudo de cintura para arriba, con unos pantalones de algodón negros ajustándose a sus caderas, a esos oblicuos demenciales que parecían extraídos de una revista de modelos. Se podían ver los caracteres chinos que tenía tatuados en esa zona.

Ladeó la cabeza para secarse mejor y me fijé en sus dedos, en sus hombros, en sus abdominales, en todo. Seguía manteniendo ese aire enigmático e inaccesible, con los tatuajes a los que aún no les había dado un sentido.

Dejó que el tejido cayera sobre sus hombros, con el pelo hecho un desastre de mechones desorganizados y sus ojos se encontraron con los míos. Debido a la luz que le bañaba el rostro volvieron a adquirir ese matiz ambarino e intenso.

—Buenos días —saludó, con la voz enronquecida, regalándome las primeras palabras del día.

—Buenos días —respondí, incorporándome hasta quedar sentada sobre el colchón.

Iridiscencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora