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*Carita perversa*

Te aconsejo leerlo en la intimidad <3

38:  JADEN.

—No te rías.

—No me estoy riendo —aseguré, aunque mi intento de seriedad se vio fracturado por el mohín aniñado en los labios de Nora.

La chica sorbió por la nariz, lanzándome una mirada enfurruñada llena de contrastes, pues sus ojos relucían a causa de las lágrimas derramadas. La emotividad del final le había hecho derramar unas cuantas lágrimas, que seguían descendiendo lentamente por sus mejillas arreboladas por el bochorno. Era adorable, joder.

Traté de moderar mi sonrisa mientras le limpiaba cuidadosamente los lagrimones. Eran diferentes, no estaban teñidos de amargura como los que mostró antes y eso hacía que sus ojos brillasen de un modo incomparable. La humedad en sus pestañas lograba un efecto cristalino y su iris parecía haberse aclarado, enfatizando las motas doradas en el océano de marrones cambiantes.

Me dejó secarle el rostro, sin romper del todo su actitud compungida. No pude resistir el impulso de inclinarme hacia delante y posar mis labios sobre sus mejillas, deleitándome en su calidez, besándola. Era un acto peligroso, tocarla desafiaba mis límites, sobre todo después de tanto tiempo. De dos semanas insufribles.

Nora emitió un suspiro entrecortado cuando mis labios descendieron, acercándose a las comisuras de su boca. Había sucumbido en el primer contacto, no era dueño de mí mismo. Perfilé sus labios con los míos, en una serie de movimientos tan tortuosos para mí, como exasperantes para ella. En otras circunstancias quizás no hubiese encontrado ni una pizca de sensatez, pero la idea de vengarme, aunque fuese un poquito, me permitió dejar un reguero de besos por su mandíbula, bajar por su cuello e inspirar el aroma de su piel.

Su aroma me obnubiló y aplastó los pensamientos. Había estado muy presente en mi imaginación, pero la realidad superaba a la ficción.

—Jaden... —inició, con esa forma tan mortificadora que tenía de apropiarse de mi nombre. Lo bien que sonaba en sus labios. Y entonces se cortó ante el estruendo de su estómago—. Mierda.

Me reí, aún con el rostro encajado en la curva de su cuello antes de alejarme. El rostro de Nora estaba encendido por el bochorno. Separó los labios, antes de volver a apretarlos y desviar la vista cuando una nueva carcajada escapó de mi garganta.

—Será mejor que cenemos algo —fue lo que dijo, poniéndose en pie.

La seguí con la mirada los pocos pasos que avanzó hacia la puerta. Su melena rubia estaba algo ondulada y vestía una sudadera amplia que, a juzgar por el logo estampado, pertenecía a su padre, junto con unos pantalones del pijama. Era completamente opuesto al delirante vestido corto que lució la noche de la fiesta. Nora era una contradicción constante. Una mezcla de colores primarios. Una suma de luz. Un blanco incomparable.

Al ver que no reaccionaba, me echó un vistazo por encima del hombro.

—¿Vienes?

Asentí y aproveché cuando se dio la vuelta para resbalar la mirada por la parte sur de su espalda. Me hormiguearon los dedos y tragué saliva. Debía controlarme. No era un puto animal. Dos semanas era un periodo de tiempo objetivamente breve. No justificaba mi descontrol.

Nora entró en la cocina y examinó los armarios con una mueca reflexiva, antes de negar y auparse sobre una de las encimeras, con naturalidad y fluidez. Me miró, ladeando un poco la cabeza, esbozando una sonrisita encantadora.

Iridiscencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora