40: Corona Australis, Beta Coronae Australis, 510 años luz.
Y de repente me acordé.
La escena apareció nítida frente a mis ojos, sobre un fondo borroso y convulso. De alguna forma mi cerebro había estado demasiado ajetreado con todo lo que sucedió después como para obsequiarme con esa escena en concreto. A través de los pensamientos y fragmentos de la noche que la Nora borracha recopiló pude abrirme paso a un detalle crucial de la narrativa: mi hermano y Hank se habían besado.
Todo por el mandato de la botella, pero ninguno de los dos pareció compartir el típico pico que compartías cuando la persona seleccionada era... indiferente. Sin duda, ninguno de los dos parecía estar inmerso en la indiferencia, si no en algo radicalmente opuesto.
Algo que sin duda hizo hervir una emoción distinta.
La sonrisa lobuna de Hank flaqueó mientras manteníamos el contacto visual, como si adivinase que rumbo había tomado mi mente. Las comisuras de sus labios decayeron en una sonrisita torcida y seductora que no le iluminó los ojos y casi pude percibir como si sus hombros se tensaran, precavidos.
Se giró hacia la chica, acalorada por la intensa sesión de besuqueo que había interrumpido (sin querer, en mi legítima defensa) que frunció el ceño. Hank le susurró algo que no alcancé a distinguir, pero la mirada de la morena pasó de confusa a ofuscada. Apretó los labios inflamados y se apartó, en un fluido y digno movimiento.
—Eres un capullo, Hank Dixon —siseó, remarcando su indignación.
Hank se encogió de hombros con una sonrisita perdonavidas y la chica chasqueó la lengua, dando por finalizada la situación, no sin antes dedicarme una miradita incendiaria. Me aparté un poco de su camino, pero no volvió a mirarme. Ni a Hank tampoco. La contemplé irse medio fascinada por el repentino giro dramático que mi visita a la biblioteca había ocasionado.
—Espero que estés orgullosa —. La voz de Hank atrajo mi atención nuevamente hacia él—. Esta noche no voy a follar, princesita.
Enarqué las cejas.
—¿Pretendes hacerme sentir culpable?
—Sí, es lo que pretendo —. Ladeó su sonrisa depredadora, como si su ánimo permaneciese intacto—. Hacerte sentir terriblemente culpable. Tanto tanto... que me tengas que compensar.
—Pues tendrás que esforzarte un poquito más, porque lo cierto es... que no me das penita.
Hank compuso un mohín con los labios y adoptó la expresión de un cachorrito abandonado.
—¿Y ahora?
—Hmm —fue todo lo que emití mientras me aproximaba a él—. Sigue sin ser suficiente.
—Eres un hueso duro de roer, Walker.
—Ajá. Demasiado para ti, me temo.
—Auch. Tienes suerte de que no me crea tus mentiras o de lo contrario estaría muy ofendido ahora mismo —se relamió, divertido—. No eres inmune a los encantos Dixon.
Ladeé la cabeza.
—No soy inmune a los encantos de Jaden.
—Bueno, no puedes ser objetiva, aún no te he enseñado los míos —me guiñó un ojo en actitud seductora. Sus ojos oscuros seguían titilando con una luz inquieta. Todo su tonteo era una armadura.
Me apoyé tranquilamente en la estantería de enfrente, sin prisa, dejando que el silencio cayese sobre nosotros, aprovechando esos instantes para resquebrajar un poquito su coraza de coquetería. Sus hombros continuaban tensos. A la espera.
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Iridiscencia ©
Teen Fiction"Algunos tenemos un acabado mate, otros satinado, otros esmaltado. Pero de vez en cuando conoces a alguien que es iridiscente y, cuando ocurre, no hay nada comparable".