Tengo miedo, miedo a que me descubran, a que vean que no soy tan fuerte como aparento, a que no derrocho seguridad. Me petrifica saber que pueden enterarse de que sus comentarios se me clavan como puñales, que soy más heridas que persona. Estoy aterrorizada, quiero dar la talla. Quiero que me vean y que me aplaudan orgullosos, quiero que dejen de compararme y que dejen de recordarme que nunca seré alguien relevante. Que sonrían cuando alcanzo una meta y que me regalen toda una ráfaga de viento, y no sólo aliento. Quiero ser quién ellos creen que soy, no quiero esconderme cada vez que un problema se me avecina, no quiero seguir poniendo piedras a esta muralla a la que llamo vida y ojalá me pudiera quitar la venda que me lleva tanto tiempo impidiendo ver.
Y es que yo saltaría si no le temiera a la caída, gritaría si tuviera voz y reiría si no le tuviera miedo a la tormenta que se me viene después.
Mi problema es que espero mucho, de mí claro está, y no soy tan alta ni tan fuerte como para alcanzar el podio. Mis metas están rozando el universo, y soy de humanidades joder, ¿cómo pienso llegar a ellas si apenas distingo una constelación? Soy ingenua, ingenua y masoca, porque me caigo y me vuelvo a caer con las mismas piedras de hace unos años, y al final me gusta la sensación de comodidad, porque me he hecho a sus rozaduras y quemaduras y las arrastro y pongo esos baches como excusas a mares con peores tiburones; pero así me hicieron, no me hice, así me moldearon, a imagen y semejanza de alguien que puede llorar hasta las seis mañana pero que al día siguiente hablará de cómo soñó con su príncipe azul.
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Diario de una escritora sin voz
Teen Fictionsoy la persona en la que nadie piensa cuando escucha una canción