He vivido mucho y a toda prisa. Me subí al primer tren que apareció y me senté con un desconocido esperando encontrar a un amigo. Seleccioné a ciegas una parada y dejé que el viento me guiara. Acabé en un bar que más que servir copas daban agua estancada, pero con todo eso y más, pude probar el sabor a libertad con algo de whisky y, borracha, me enfrenté a mis demonios. Pasé una noche de idas y venidas y me desperté con una resaca digna de recordar; A partir de ese punto todo cambió. Sabía que las sombras estaban justo detrás de mí, por eso tuve la vida que todo director de cine tiene como argumento: viví un amor tóxico con un personaje de un libro que odiaba mis modales, fui la musa de todos los imitadores del gran Shakespeare y bailé el paso-doble más largo de toda la historia. Besé a miles de ranas, pero ninguna fue mi príncipe, escapé de los gritos que me pedían que fuera más despacio y me reí cuando estaba a punto de llover. He ido de primavera en primavera compartiendo paraguas en pleno diciembre.
Por eso me marcho ahora, porque ya no me queda nada por hacer. Te pedí que fueras mi compañero de viaje pero preferiste el café caliente y las buenas películas de los domingos a la inestabilidad y locura que yo te proporcionaba, y mira que te rogué porque nada me protegía más que tus abrazos.
Aunque te doy las gracias porque todos debemos probar lo amargo y yo lo he hecho con tanto gusto que casi me vuelvo adicta a ello.
Atrévete a buscarme, aunque me apuesto una tarde de otoño a que sabes que escribo esto desde el acantilado que tantas veces nos ha visto.
Siempre tuya, y de tu conciencia.
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Diario de una escritora sin voz
Jugendliteratursoy la persona en la que nadie piensa cuando escucha una canción