tan nuestros

43 1 0
                                    

Me acuerdo como empezamos a hablar, maldita apuesta aquella por la que luego no conseguí la pulsera que quería. Fuiste tan cariñoso desde el principio, tan tú, que me hiciste más yo. Ya no era todo tan oscuro, porque incluso sin contarte todos mis problemas tú me sacabas hacia delante. Tengo nuestro primer abrazo grabado a fuego en el pecho, todavía siento el quemazón de tus dedos y lo bien que se sintió. No había día que no quedáramos para reírnos de los inocentes que no sabían que la ignorancia es la base de la felicidad. Cuántos parques y calles han oído cada carcajada, y cuantas miradas pérdidas han apreciado nuestras muestras de afecto.
Los días de lluvia eran mejor contigo, cuando me dabas luz con solo un roce. Y lo mucho que te gustaba sonreír en mi cuello y hacer sonidos de un gato solo porque sabes que son mis animales favoritos.
El mejor recuerdo, sin duda, es cuando no pudiste resistirte al brillo de mis ojos al ver el pompero, y la sonrisa que tenía yo cuando salí llenando nuestro pequeño paraíso de pompas. Lo que te gustaba lanzarmelas a la cara y lo que odiabas que yo te las tirara al pelo.
Pero, como lo bonito es efímero, fuimos presos de la sociedad y de sus miedos, y caímos como las hojas en otoño y fuimos arrastrados. Todo disminuyó, yo te echaba de menos cada maldita noche y era un manojo de nervios cuando me llamabas para decirme que estabas más cerca de lo que pensaba.
No quería negar lo evidente y rechazaba la idea de que tú habías hecho tu vida, solo porque tenía miedo de no saber como encaminar la mía. Y miranos ahora, con más ganas que días tiene un año de seguir juntos y con el frío en nuestros huesos. Somos discusiones todas horas, que a mi me rompen y aunque sea masoca, es la única forma de sentirte a mi lado.
Ya no sé cómo llamarlo, no creo poder dar nombre a algo que ni siquiera sabemos como manejar.

Diario de una escritora sin vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora