13. Reinicio

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Fictober 2021

El pacto-Reinicio

Los personajes de Sakura Card Captor no nos pertenecen, la historia que a continuación leerán, es obra de Pepsipez. No se permite reproducción o "adaptación" de ningún tipo, para otros fandoms.

 No se permite reproducción o "adaptación" de ningún tipo, para otros fandoms

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Papá era un hombre sumamente trabajador. No precisamente brillante, pero lo suficientemente listo como para saber que el futuro al que aspiraba no estaba en su tierra natal. Por eso, en la primavera de mil novecientos seis, ese hombre modesto y disciplinado tomó a su esposa y a sus cinco hijos para subirlos en un barco, dejando atrás su natal foshán, y su amado oficio de porcelanista.

Japón, en el año treinta y ocho de la era Meiji, nos recibió a nosotros los Li —siete entre miles—, como una nación moderna y abierta a cambios, como una promesa de una vida mejor y llena de oportunidades... así era como papá nos vendió la idea, y yo la acepté... además, ¿qué podía hacer al respecto? Tenía siete años en ese momento, y heredé justamente de él cierto hedonismo, inspirado en la unívoca búsqueda de la felicidad. El cambio había sido bueno, todo marchó tal como él lo planeó.

Mi familia se componía entonces de Hien el trabajador, mi padre; Ieran la líder, mi madre; Fanren y Feimei, las inteligentes; y Fuutie y Shiefa, las divas, todas ellas mis hermanas mayores; y yo: Xiao-Lang el afortunado, como me puso mamá.

Viéndolo en retrospectiva, no podía más que admitir que fue la mejor elección. Tuve una niñez buena, nunca faltó comida en mi mesa y tuve acceso a buenas escuelas. Mis padres fueron firmes, pero amorosos, mis hermanas siempre se preocuparon por sus propios problemas, y crecimos en un ambiente competitivamente sano.

Todo eso podría sonar... común, aburrido, tal vez un poco soso, pero como en cada historia que valía la pena para ser contada, había un elemento que lo cambiaba todo: un cazador furtivo, sigiloso, que prefería los corazones inocentes como el mío, disfrazado de las bellísimas pantorrillas que se asomaban indiscretas debajo de la larga falda tableada de aquella nipona de cabello de caramelo, oculto en el jade de sus ojos rasgados, y en los hoyuelos de sus mejillas formados por su sonrisa permanente. El amor personificado en aquella mujer.

En mil novecientos diecisiete encontré a Sakura, en cuyo hallazgo quedaba de manifiesto que había pasado una vida buscándola sin saberlo.

—Eres un suertudo —dijo con molestia el inglés que compartía clases conmigo en la universidad, luego de expresarle esas ideas.

Lo decía porque desde que Sakura y yo nos vimos por primera vez, no pudimos dejar de buscarnos, pero éramos o demasiado inocentes o demasiado idiotas para asumir lo que realmente queríamos.

—¿A qué viene eso, Eriol?
—¡"Elliot", grandísimo estúpido! ¡"Elliot"! ¿Qué pasa con la gente de oriente que simplemente no puede pronunciar mi nombre? —exclamó, irritado—. ¡Mi abuelo era igual!

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