Contigo

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—¿Volvemos a casa? —dije rompiendo el silencio— Quiero dormir unas horas más, antes de que sea la hora de levantarme.

Avancé rápido por las calles hasta llegar a mi puerta. Entré en silencio y me tumbé en la cama, después de haberme puesto el pijama.

Me desperté de nuevo, pero con una gran diferencia respecto a la vez anterior; en esta ocasión había logrado dormir hasta sonar el despertador y no sólo eso, si no que había logrado dormir bien.

Apagué el sonido estridente del despertador y me levanté para poder ponerme una camiseta y los pantalones cortos de pijama; no quería arriesgarme a bajar sin ellos y encontrarme a una de las amigas de mi madre mirándome de arriba a abajo con la mandíbula casi desencajada.

Lo cual, por cierto, te lo digo por propia experiencia; y puede parecer muy gracioso ahora, pero en ese preciso momento no lo fue.

Te lo explicaré.

Me acababa de despertar y era muy pronto así que como no se oía ni un sólo ruido, pensé que no habría nadie en casa por lo que decidí bajar tal y como estaba, sólo llevando puesto el bóxer; ya que es de la forma en la que suelo dormir, siento que es mucho más cómodo.

Pero no vestirme resultó ser una muy mala idea.

En cuanto me quise dar cuenta estaba frente a mi madre y su amiga Ruby, vestido sólo con un bóxer que no dejaba mucho espacio a la imaginación; la verdad es que hasta una hoja hubiese tapado mucho más que esos calzoncillos.

Lo único que conseguí pensar en ese momento era que ojalá se abriese la tierra y me tragase.

Las dos estaban ahí, plantadas delante de mí, con la boca abierta y unos ojos como platos. No tuve tiempo ni a procesar cuando noté los ojos de Ruby posados justo en esa zona.

Desperté del trance cuando oí cómo mi madre me gritaba que me fuera de allí y me vistiese. Con las mejillas coloradas salí corriendo y te aseguro que estaba tan avergonzado que no bajé de mi cuarto, esta vez vestido, hasta que me aseguré de que Ruby se había ido.

Ese día no se me va a borrar de la cabeza nunca y menos aun sabiendo que cada vez que coincido con ella en algún lugar, que intento que sean las menos posibles por motivos obvios, se me queda mirando de una manera muy poco adecuada, de una forma lasciva.

Posiblemente haya personas a las que eso no les importe, pero a mí su forma de mirarme me repugna y más viniendo de una mujer que por su edad podría ser mi madre.

Ojalá pudiera borrar todo eso de mi mente, daría lo que fuera para que eso sucediera. Pero como no puedo, al menos utilizo el recuerdo como una anécdota graciosa.

Dejando todo esto de lado, volvamos a lo que estábamos haciendo.

Llevaba ya un largo rato sentado sobre la cama y tenía ganas de ir a tomar un buen café; si no fuera por eso me habría quedado dormido de nuevo.

Me vestí y bajé por las escaleras en dirección a la cocina, la cual se encontraba vacía ya que, como más tarde averigüé, no había nadie en casa.

Entré en la cocina y dejé haciéndose un café, ese día no tenía ganas de desayunar fuera.

Cogí los sacos de pienso y salí para alimentar a Shasha y Pulgas, mi gato.

Lo acepto, no es el mejor nombre para un gato, pero yo era pequeño cuando, por decirlo de alguna manera, se adoptó a sí mismo entrando en casa.

Al llegar a casa de la escuela, no pude evitar enamorarme de él nada más verle; y tras batallar con mi madre durante varias horas, logré que le dejase quedarse.

Era un gato muy pequeño y se encontraba lleno pulgas así que, inocente de mí, decidí llamarle Pulgas.

Me compadezco del pobre gato, porque cuando me quise dar cuenta, ya no podía cambiarlo ya que sólo respondía a ese nombre.

Apoyé los sacos en el umbral de la puerta para poder servirles su comida con más facilidad y a la vez impedir que se metieran en su interior, lo cual ya había pasado en varias ocasiones.

Tras llenar sus respectivos comederos y darles los buenos días, me dirigí hacia la cocina con prisa recordando que había dejado la cafetera encendida. Dejé los sacos en su sitio y logré llegar justo a tiempo.

—¡Uf, he llegado por los pelos! Por poco se derrama todo por la encimera.

Me serví una taza llena del delicioso café y lo tomé junto con un donut relleno de chocolate que mi madre me había dejado sobre la mesa, no era el bizcocho de chocolate que solía tomar, pero igualmente estaba muy rico y me lo comí de una sentada.

Al terminar, dejé todo lo que había utilizado en el interior del lavavajillas, y decidí ir al gimnasio que se encontraba cerca de mi casa.

Llegué a casa después de haber estado entrenando durante unas cuantas horas. Tenía los músculos un poco doloridos y los notaba bastante pesados, además de que me encontraba empapado en sudor, así que pensé era darme una ducha caliente.

Subí hacia el piso de arriba y entré en mi baño para abrir la ducha y dejar que el agua comenzase a calentarse mientras cogía la ropa que me iba a poner después. Después de haber pensado en varias opciones, me decanté por una camiseta negra simple y unos pantalones cortos grises de chándal; mis favoritos.

Regresé al baño y me comencé a desvestir poco a poco: empecé quitándome la camiseta, pasé a quitarme los calcetines, seguí quitándome los pantalones del pijama; y por último, me quité la ropa interior.

Pero al hacerlo, me di cuenta de un pequeño detalle. Seguías ahí.

—Sé que es mucho pedir, y que si yo estuviera en tu lugar no podría quitarte la mirada de encima, pero me da vergüenza que me veas desnudo; aunque no sé si realmente eso es posible.

Un tono rojizo cubrió mis mejillas y, sin saber que hacer, abrí Spotify y dejé que sonase aleatoriamente mi playlist favorita.

Comenzó a sonar "No control" de One Direction; Ashley debió de añadirla sin yo darme cuenta.

"Waking up

Beside you I'm a loaded gun

I cant contain this anymore

I'm all yours, I got no control

No control

Powerless

And I dont care it's obvious

I just can't get enough of you

The pedals down my eyes are closed

No control"

Abrí la puerta de la ducha y una nube de vapor salió hacia mi dirección provocando que los espejos del baño se empañasen.

Una vez dentro, me metí bajo el chorro de agua caliente y dejé que el agua cayera mojando mi pelo. Cerré los ojos y me relajé con la música de fondo.

El agua siguió cayendo por cada parte de mi cuerpo mientras las gotas recorrían un camino por cada rasgo de mi rostro, bajando lentamente por mi cuello, pasando por mi marcada clavícula, hasta llegar a los músculos de mi pecho y bajar por mis abdominales.

Noté como el agua pasaba por cada uno de mis abdominales, trazando un pequeño camino por mi ombligo, para posteriormente bajar por cada pequeño pliegue de mi piel hasta llegar a los músculos de mis piernas y acabar su largo camino en el remolino del desagüe.

Eché jabón en la pequeña esponja azul enjabonando cada centímetro de mi piel para pasar a aclararme.

Apagué el agua y abrí la puerta de la ducha dejando salir todo el vapor acumulado mientras me enrollaba una toalla en la cintura.

Me acerqué lentamente al espejo y pasé mi mano para retirar el vaho y me miré fijamente.

—No puedo evitar pensar en las ganas que tengo de estar en este preciso instante contigo.

Entre estas páginasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora