「⸙V i g é s i m o s e g u n d o.」

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Con el rostro cabizbajo y su mirada ensombrecida por las negras dudas sembradas en su corazón, Jungkookie movía sus pies hasta las celdas. Su mente rondando bajo las palabras de Sora, el veneno de su lengua necrosando su enamorado corazón. Una fe ciega le decía entre susurros que debía confiar en el amor que le profesaba su amado alfa, que aquellas palabras eran suficientes. Sin embargo, si las palabras son suficientes, ¿por qué las de Sora no deberían tener el mismo valor?, ¿por qué provenían de una mujer cuya lengua viperina sería capaz de soltar cualquier mentira con tal de humillar al omega?

Llegó hasta las gayolas, en silencio se aproximó hasta la de Jimin y lo admiró un par de segundos. El alfa dormía pacífico, sin inmutarse lo que aquejaba al joven omega. Su corazón se contraía con cada respiración. Entonces recordó aquel plan de escape en el que, según la mujer, no estaba incluído. ¿Por qué no se lo dijo?

"... No me dejes, sólo no me dejes..., pero tampoco quiero vivir a su sombra, esperando a que de la mesa caiga un poco de tu amor"

—¿Qué haces aquí, pequeño omega? —La voz somnolienta de
Jimin llamó su atención. El alfa despertó sin que el otro se percatara— ¿Kook?

—¿Por qué no me lo dijiste? —cuestionó con voz baja, suave como para que nadie de las otras celdas lo escuchara.

Jimin notó que los ojos de su omega estaban entristecidos, y la preocupación lo asaltó de sorpresa. Poniéndose en pie se acercó a los barrotes de la celda, quería verlo de cerca.

"¿Por qué lloras, amor mío?", se preguntó Jimin. "No sabes que me duele ver que lloras, que sufres y que, al parecer, soy yo quien te sacó esas feas lágrimas que mancillan tu rostro de ángel".

—¿De qué estás hablando?

—Te vas a ir... con ella —murmuró con voz rota, temblándole como una hoja ante el viento—. Me vas a dejar.

—... ¿Quién te lo dijo?

—Entonces, ¿es verdad? T-tú te vas a ir.

Un jadeo ahogado salió de sus labios cuando de sus ojos las lágrimas gruesas se desbordaron como un caudal enervado. Su corazón dejó de palpitar por un par de segundos, el dolor arremolinándosele en el pecho, tan fuerte que la respiración se le cortó. Sus manos se aferraron a los barrotes con fuerza, aunque sus manos le temblaran por la impotencia. Sentía su cuerpo fallarte, como si la fuerza se le hubiese acabado hace mucho tiempo y sólo le quedara un deje de esperanza a recuperar la fuerza de espíritu.

—Kook —le llamó con voz preocupada.

—Tu la quieres, ¿v-verdad?

—No, cariño, al único a quien quiero es a ti.

¿Cómo creerle? Era imposible cuando la prueba del dolor que sentía salió de sus labios, vibrante y feroz, penetrando en su alma, como una espada llameante, cubierta de espinas.

—Me ibas a dejar aquí —sollozó.

—No, Jungkook. Voy a llevarte a ti también.

—¿También...? No quiero vivir contigo si ella siempre estará entre nosotros. No puedes amarnos a los dos.

—Jungkook, no es así. Yo te amo a ti.

—Pero ella es la madre de tu hijo..., y quizás sea la madre de tus otros cachorros. Y yo..., nunca podré darte un hijo.

— Mio caro.

Jungkook salió de la estancia corriendo, y a tropezones logró llegar hasta su pequeña recámara donde pudo desfogar la molestia que su corazón albergaba. Sus ojos estaban rojos, ardientes como su pecho estaba, y de sus empapados labios no salían sino quejidos lastimeros.

Amor en la arena de Roma (Jikook)[Adap.]|Omegaverse|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora