A pasos pesados, como si caminase hacia el paredón, vistiendo una armadura que le cubriría el torso en la pelea. Esa mañana, siendo las diez pasadas, el sol era incandescente. Su rostro serio, impermutable, ocultaba la molestia que sentía consigo mismo, una rabia que le obligaba a apartarse de los demás, especialmente de aquel a quien lastimó. El día no podía parecerle más deprimente, era como un deslumbrante recordatorio de sus actos, y quizás la pelea le serviría como castigo. Caminando por ese túnel que lo llevaría a la pequeña arena donde se enfrentaría a su primer contrincante como un gladiador. Su mente trajo de regreso un doloroso recuerdo, las palabras que Jungkook, entre lágrimas y sollozos soltó la noche pasada:
—¡No soy un pedazo de carne que puedas exhibir!
Le hubo rota la túnica, tomó su virginidad sin preguntar, se aprovechó de que Jungkook era su destinado y le quitó todo, le dejó roto, entre llanto y gemidos que aún podía escuchar. Cuando Namjoon rescató a Jungkook, el lobo se aseguró de darle una paliza por sus acciones, aún así su compañero de encierro terminó con varias heridas. Por fortuna, Namjoon logró dejarlo inconsciente.
Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente aún podía sentir el calor del celo abrazarlo, su cuerpo estaba todavía deseoso de tomar al omega otra vez, no obstante, ni todo ese deseo podía quitar de su mente el recuerdo de esos bellos orbes avellana llenos de lágrimas. Le perseguían como un tormento.
—Creo que deberías hablar con él cuando tu celo haya acabado —sugirió Namjoon esa mañana.
—Él no va a querer hablarme.
¿Y quién si lo haría?
Abusó de la confianza de Jungkook y le robó lo más preciado que tenía, como un vulgar animal.
Sus ánimos no eran los mejores, y, lastimosamente, ese día los necesitaba o podría no salir bien librado de la pelea.
Cuando salió a la arena de pelea, escuchó los gritos de los espectadores, algunos le abucheaban aún sin conocerlo, claro, eso significaba que el público ya tenía un favorito, y ese favoritismo casi siempre se debía a un largo récord de victorias que Jimin esperaba romper para salir vivo. Por mucho que estuviese deprimido y molesto, no tenía entre sus planes morir en su primera pelea en la arena, eso sería aún más humillante luego de la noche anterior.
Un hombre dio inicio a la pelea.
Su contrincante, un hombre un tanto más bajo que él, de peso superior y edad similar, con mirada penetrante y una sonrisa escalofriante, sujetaba una espada en la diestra, listo para atacar. Si algo aprendió Jimin peleando para comer, era que jamás deberías dar el primer golpe, no cuando tu oponente parece mucho más experimentado que tú. Así que esperó pacientemente, caminando lentamente alrededor del otro, hasta que por fin atacó. Un vago intento por que la espada rozara la piel del lobo, mas no lo logró. Algo que debía agradecer a su periodo de calor era que sus sentidos eran aún más agudos que de costumbre.
"Aún te quiero, y si tu aún me quieres voy a pelear por ti", pensaba mientras evitaba los ataques de la masa humana.
Su propia espada comenzó a intentar atinarle al otro, provocándole leves cortes en los brazos.
—¿No tienes nada mejor, lobo? —se burló le humano.
Posiblemente el humano no estaría tan jocoso si Jimin le enseñase su animal, lamentablemente en esa pelea no estaba permitido.
Mientras peleaba, de vez en cuando sus ojos se movían al palco en busca de su omega, mas nunca lo encontró ahí, sólo veía a Seokjin sirviendo a los amos. El alfa asumió que se debía a su malestar físico, las heridas en su cuerpo debían ser una molestia para el omega, y especialmente su entrada, debía estar bastante irritada.
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Amor en la arena de Roma (Jikook)[Adap.]|Omegaverse|
RomansaPark Jimin nunca perdía. En esta ocasión era diferente, ganaría por algo más que no perder su vida, lo haría para ver al pequeño sirviente de la casa de Di Genova. - Nunca has estado con un alfa -comentó Jimin. - ¿Lo dices porque no tengo una marc...