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El invierno estaba muy frío. Le dolían los pies por no poder tener un poco de calor por si mismo. Paso sus manos por la cara, estaba harto, no sabía la hora pero era muy tarde.
Tomó su almohada, se levantó, y descalzo, abrió la puerta. Caminó por el pasillo directo a una habitación que conocía muy bien.
Cuando llegó a la puerta, la abrió despacio y se asomó. Ahí lo vio recostado en la cama, con la luz de su lámpara prendida leyendo un libro.
— ¿Puedo pasar? — habló bajito James
— Buenas noches. Pasa.
— Gracias.
Se metió cerrando la puerta detrás suyo. Se dirigió hacia el lado contrario de la cama. Levantó las sábanas y acomodó su almohada.
— ¿Vamos a compartir cama? — cuestionó Zemo con el ceño fruncido — por décima vez...
— Si, tengo frío. Así que gracias.
Se recostó y se tapó hasta la altura del pecho. Zemo, por su lado dejó su libro de lado, apagó su lámpara e hizo lo mismo que James.
Ambos quedaron viendo al techo, sin hablar. Nada más ellos. Sintieron el roce de sus manos. No fue hasta que se agarraron de las manos. El toque es cálido y satisfactorio.
— Gracias por dejarme dormir contigo, Helmut — agradeció mientras le dio un leve apretón
— De nada, cuando gustes venir, Jamie
A lo mejor, el amor estaba presente y sólo ellos, con su extraño idioma, lo entendían.
