Capítulo 28

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Dos sujetos vestidos de azul forcejean conmigo, intentando impedirme el paso.

—Tiene que venir por aquí, señorita…

—¡No me toquen! —grito exasperada—. Quiero que despejéis el paso y llaméis al doctor Neil Anderson —jamás había hablado a alguien de esa forma. Mi expresión impetuosa asustaría al mismísimo demonio. Los sujetos asienten mientras otro se queda conmigo y mi inconsciente hermana—. Una cosa más —los detengo a medio camino—, una palabra a alguien sobre esto y estáis muertos, literalmente.

Me muevo por la sala privada en la que me han dispuesto. Es una suerte que Neil sea accionista de la clínica. Mi cabeza piensa y piensa y cada pensamiento es como una maldita bala. Los párpados me pesan, la luz me molesta y mis sienes laten a un ritmo frenético. Si me decapitaran viva, apuesto a que sentiría menos dolor.

«Si le suelto todo de sopetón, probablemente se corte las venas»

«Me has matado»

Las palabras de las personas que amo resuenan en mi cabeza y me invade una rara sensación; como si hubiese ocurrido hace años y no semas…, horas.

«Me has matado»

«Oh, Kate»

—¡Neil! —mi amigo entra en la habitación—. ¿Cómo está?

—Bien —su respuesta me sabe a redención—. Está bien. El corte era bastante superficial y lo ha suturado un cirujano plástico. No le quedará cicatriz.

Un eterno suspiro de alivio escapa de mis labios.

—Kate está bien —comienzo a reír, luego parezco una maniática—. No va a morir.

—No.

—No va a morir —de repente paso de la risa histérica al llanto.

Neil me abraza y acaricia mi pelo con suavidad.

—Tranquila, ya pasó. Todo está bien.

***

Nos miramos, inhalamos, exhalamos y nos volvemos a mirar. Silencio, eso es todo lo que ha sucedido desde que mi hermana despertó.

Abro la boca para decir algo y tiemblo; así que respiro profundamente otra vez para coger fuerza.

—¿Por qué lo has hecho?

Catherine Maxwell clava sus ojos verdes cristalizados, similares a los glaciares de la Antártida en mí y me estremezco.

—Porque soy frívola y una mala persona —arroja con desdén—. Quería hacerte sufrir.

—No juegues conmigo, Kate —le reprocho apuntándole con mi dedo índice—. Quiero la verdad.

—Espero que no le hayas contado a nadie. Ni a mamá.

—Si mamá lo supiese, ¿no crees que estaría aquí hace mucho tiempo, dando gritos?

—Cierto —curva sus labios hacia arriba sin abandonar su mirada de hielo. La imagen resulta aterradora—. Al menos en eso me has cumplido.

El Precio del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora