Capítulo 41

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Me remuevo nerviosa en mi asiento. Me encuentro rodeada de mujeres embarazadas con estómagos enorme. No puedo dejar de mirarlas. ¿Yo también me pondré como ellas? Con veinte semanas de gestación mi vientre es notorio pero no muy grande. Sin embargo, he leído que a partir de los cinco meses los bebés comienzan a crecer con mayor rapidez. Me pondré como una vaca, me dolerá la espalda, mis pies lucirán como dinosaurios y con mi problema de tensión, tendré que hacer mucho reposo.

—¿Lysa? —Oliver voltea a mirarme.

—Creo que estoy enloqueciendo, colega —percibo mi agitada respiración.

—Eh, tranquila, colega —me abraza, ayudándome a calmarme—. Todo estará bien.

—¡Me convertiré en un dinosaurio! —profiero en un murmullo; no quiero ofender al resto de mujeres presentes en la sala.

—No dejarás de ser hermosa y lucirás adorable —habla despacio—. Adoraré ver a nuestro intruso crecer dentro de ti y tú también lo harás.

—No lo creo —replico.

—Lo harás. ¿Sabes por qué? —niego repetidamente con la cabeza—. Porque lo amamos. Amamos a la vida que hemos creado juntos y cuando lo tengamos en brazos, seremos los seres más afortunados y felices del universo.

—Falta mucho para eso, Oliver —declaro.

—Casi nada. Ya estamos a mitad de camino, cada vez queda menos.

—Eso tampoco me tranquiliza —aunque tiemblo ya me encuentro más calmada—. El asunto de la cesárea me tiene trastornada.

Los especialistas valoraron que por mi enfermedad, una cesárea programada era la mejor opción. Siento un poco de temor ante la idea de una operación.

—¿Y si cortan al intruso?

—Creo que estás viendo muchas películas, colega.

—He visto documentales y videos en YouTube, Oliver. Hay cada caso que me da escalofríos.

—¿Tendré que cortarte el internet? —cuestiona—. Deja de ver esas cosas.

—¡No puedo evitarlo!

—Oye —aprieta mis dos manos en un puño y las besa—. Todo saldrá bien. Debemos pensar en positivo. Confío en Neil, el resto de los médicos, en nosotros y en el destino. ¿No fue eso lo que me dijiste con lo de mi madre?

—Odio cuando vuelves mis propias palabras contra mí —resoplo.

—Porque sabes que llevo razón. ¿Te sientes mejor?

Inhalo y exhalo al menos tres veces, mientras escucho mi nombre. Es la hora.

—Sí, estoy lista.

—Bien, vamos a ver al pequeño intruso.

Entramos juntos a la consulta. La doctora  nos recibe con una deslumbrante sonrisa; me realiza un montón de preguntas, me examina y finalemente me lleva a una camilla para la ecografía. Oliver no suelta mi mano en todo el proceso, y cuando escuchamos los latidos del intruso, besa mi frente repetidamente.

El Precio del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora