Capítulo 9

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Me llevo una cucharada de helado de caramelo con chispas de chocolate a la boca y me deleito en el sabor. Sigo prefiriendo la vainilla, pero me niego a probarla. Ni el té verde, ni nada que me recuerde a él.

—¿Qué hay de Decon? —pregunta mi amiga de buenas a primeras.

—¿Qué hay con él?

—¿Lo has visto bien? —exclama—. Madre mía, si parece sacado de un cuento erótico. ¿De dónde has sacado semejante morenazo? ¿De qué lo conoces?

—Fuimos compañeros en la universidad —respondo escuetamente mientras me llevo otra cucharada a la boca.

—Está muy bueno, pero se ve madurito —señala de forma perspicaz—. No veo cómo pudisteis ir juntos a clase, al no ser que comenzara a estudiar después de los veinticinco.

—Decon tiene treinta y cinco —aclaro—, y estaba haciendo postgrado mientras yo cursaba mis estudios.

—Eso me parece más razonable. ¡Madre mía, pero como está el Deconcito? —vuelve a jadear y yo río sin poder evitarlo—. ¿Qué le dan de comer a los hombres en Washington? ¿Vosotros nunca os habéis liado?

—Salimos un par de veces; pero yo...

Dejo las palabras suspendidas en el aire.

—Ya. No necesitas decirme más. Oliver, ¿verdad?

Asiento y me termino el helado—. Vamos a quemar calorías.

—¿Gimnasio otra vez? —inquiere con cara de sufrimiento y resignación al mismo tiempo—. Definitivamente quieres matarme, Melysa Maxwell. Tienes que buscarte otro pasatiempo. ¿Has probado con comprarte una planta?

—¿Tengo que recordarte que se me mueren hasta los cactus?

—¡Eres imposible! —me apunta con una mano—. Iré a cambiarme.

—Por eso te quiero.

—Oye —me llama cuando estoy a punto de salir—. Si Decon te pidiese una cita, ¿aceptarías?

Me lo pienso seriamente. Decon es extremadamente guapo, me hace sonreír y con él me siento cómoda.

«¿Qué podría salir mal?»

«Y necesito olvidarme de Oliver»

—¿Por qué no? —respondo antes de seguir mi camino.

***

Decon resalta unas líneas sobre el caso y rápidamente le presto toda mi atención—. Como puedes ver en este caso similar, en vez de enfocarnos en la búsqueda de evidencias, fuimos directamente a los testimonios.

—Oliver y yo lo hemos pensado —declaro—; pero no creemos que alguno de los testigos quiera cambiar su declaración.

—Chicos —alterna la mirada de mi socio hacia mí—. ¿Estáis seguros de la inocencia de vuestro cliente?

—No hubiésemos aceptado el caso si no estuviésemos seguros —salta Oliver rápidamente y su tono parece un poco brusco—. Siempre verificamos nuestros casos, señor Lambert. Por algo somos el bufete más exitoso en Seattle.

Dirijo la vista directamente hacia mi socio y posteriormente, le reprendo en silencio. Él se encoje de hombros con gesto enfadado y endurezco la mirada. Si tuviese poderes sobrenaturales, le habría petrificado allí mismo.

A Oliver no le agrada Decon y creo que lo ha dejado más que claro. Cada vez que tiene la oportunidad, la lanza una que otra indirecta, o le responde demasiado cortante.

Le observo de reojo una vez más y me dirijo a Decon con una sonrisa de disculpa—. Estamos completamente seguros, Decon.

—Entonces, solo os queda una opción, chicos.

El Precio del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora