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Los primeros rayos de sol le golpearon la cara a Louis, obligando a que lentamente tuviera que abrir sus ojos, porque, aunque deseaba con todas sus fuerzas quedarse ahí, abrazado al amor de su eternidad, también sabía que debía levantarse para bajar del tren.

Se quejó un poco mientras se estiraba, más porque se sentía un viejo con todos los huesos contracturados que por otra cosa, y cerró los ojos cuando escuchó el gruñido de Harry, quien probablemente estaba despertándose también.

Bajo los brazos e hizo sonar su cuello cuando lo movió de un lado a otro, y sonrió cuando su vista se guió hacia la cabeza rizada que estaba a su lado.

En realidad, el muy dormilón, se había volteado hacia el lado de la ventanilla, con sus manos juntas debajo de su cabeza en forma de almohada y con su ceño completamente fruncido, para seguir durmiendo.

Louis suspiró, sabiendo que en ese momento lo tenía todo, aunque las cartas le hubieran hecho saber que probablemente en un tiempo no lo tendría más.

Una de sus manos se coló por entremedio de la remera de Harry, haciendo un recorrido por todo su pecho, para luego dejar caer su cabeza sobre su hombro.

El otro gruñó, claramente, con ganas de matarlo cuando su piel fría hizo contacto con la calidez de su pecho.

—No, Louis.—se quejó, alejándolo con un movimiento de hombros.—Tienes las manos frías.

—Buen día, amor.—el italiano dejó un rápido beso sobre el cuello del español, sonriendo cuando sintió en sus papilas gustativas el característico sabor de su novio; sal y vinagre.—¿Dormiste bien?

—Mmm no.—Harry contestó sincero, acurrucándose más contra la ventanilla.—Quita, quita.—se quejó, moviendo su pecho para que Louis sacara sus manos de adentro de su remera.—Y déjame dormir, por favor.

Louis puso los ojos en blanco, sin embargo, lo hizo. Se alejó de él y volvió a sentarse derecho, dejando escapar el aire por sus labios en un suspiro que demostraba lo en contra que estaba de que Harry no quisiera despertarse para hacerle compañía. Pero, como siempre, no dijo nada, se lo guardó para él, comenzando con una enorme bola de nieve que en algún momento tendría que caer pendiente abajo, y Louis esperaba que no fuera nunca, pero bien sabía que incluso las palabras de la extraña Eleanor habían generado gran parte de ello.

Apoyó sus codos sobre la mesa y con sus manos sostuvo su mentón, mientras observaba por la ventanilla el aburrido paisaje.

No pasó mucho hasta que sintió un peso en su regazo, y no le hizo falta mirar para saber que Harry se había acostado ahí, y para colmo sostenía sus piernas como si se fuera a esfumar.

Pobre tonto, poco sabía que el italiano jamás lo dejaría. No sólo porque se lo había prometido, y Louis no rompía sus promesas, si no porque se había acostumbrado a él, y a su adictivo corazón.

—Te amo mucho, mucho.—balbuceó el español, frotando su mejilla contra los ásperos pantalones de vestir del italiano.—Mucho, mucho, mucho.

Louis negó con la cabeza, una sonrisa ocupó logar en su rostro antes de dejar caer suavemente su mano sobre los rizos de su novio, regalándole delicadas caricias que terminaron con dos jóvenes enamorados cayendo en los brazos de Morfeo.

(...)

—¡Louis!—Liam lo sacudía, de acá para allá, pero no parecía tener efecto. Al parecer, su primo estaba en un sueño demasiado bueno, porque no tenía ganas de despertar.—¡Tommo!—le gritaba, incluso pellizcaba sus mejillas, pero no había caso.

Inmigrantes [L.S] ✔ #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora