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Louis se dedicó a dejar caer un poco de leche en el dorso de su mano, probando si estaba a la temperatura suficiente como para llevarle a la niña del segundo piso.

Ambos supusieron que tal vez la mujer misteriosa era madre soltera, y que por eso les encargaba a su hija. Porque no encontraban motivos por los cuales una señora le dejaría a cargo a dos desconocidos la alimentación de una pequeña.

Pero igualmente, ahí estaban, fingiendo que esa criatura era su bebé, cumpliendo su más recóndito sueño.

—A mi me parece que ya está.—avisó Louis, encogiéndose de hombros al mismo tiempo que ponía al mínimo la olla en donde los fideos se cocían y tomaba un repasador por si a la bebé se le daba por vomitar.

—Como digas.

Se regalaron una mirada y un besito antes de salir de la cocina y dirigirse al segundo piso.

Para Louis jamás hubo un calvario tan grande como el tener que ver los muslos descubiertos de Harry y no poder tocarlos.

Por suerte, las escaleras fueron demasiado cortas y la habitación con el peluche de oso apareció en su campo de visión al instante, haciéndoles dar cuenta que la doña misteriosa no mentía.

Caminaron hacia allí, y con mucho cuidado, hicieron rodar la perilla para abrir la puerta.

Lo primero que vieron fue una cuna, con un móvil colgante encima. Había diferentes fotos pegadas en la pared y un par de peluches de trapo tirados en el suelo.

Por el resto, la habitación estaba completamente ordenada, incluso olía a bebé y a hogar.

Ambos caminaron hacia adentro, Louis siendo el primero, Harry rodeándole la cintura con sus manos.

Y se sentía como si fueran ellos, como si estuvieran en casa y tuvieran una familia. Y Harry deseaba que todos los días fueran así de ahí en adelante.

El italiano se inclinó hacia la cuna y tomó a la bebé en brazos, meciéndola con lentitud y cariño natural, como si lo hubiera hecho toda la vida.

Y la verdad era que si, Louis había ayudado a criar a sus hermanas, sabía qué era lo que estaba haciendo.

Se acomodó el repasador sobre el hombro, cargando mejor a la bebé en sus brazos, y suavemente guio la mamadera hacia sus labios, sonriéndole cuando notó que la niña comenzaba a beber.

Dejó escapar un suspiro de sus labios, porque quizás - y sólo quizas- el italiano también se imaginaba aquello con cierto español de ojos color esperanza.

—Si tuviéramos un bebé, ¿qué nombre le pondrías?—preguntó de la nada, porque si y porque podía.

Pero no supo el desorden que causó en el estómago de aquel español que estaba frente a él, observándolo con cierto brillo en los ojos; con admiración y fascinación, como si estuviera viviendo en un sueño.

—Ismael.—dijo, al final.

—¿Y si fuera mujer?—inquirió de nuevo el de ojos azules, quitando la mamadera de la boca de la niña para poder llevarla hacia su hombro.

—¿Y si fuera mujer?—Harry le devolvió la pregunta, señalándolo con la barbilla.

—No sé.—Louis estaba tan pendiente de la niña, que casi rio al escuchar como eructaba despacito y suave, gracias a las palmaditas que él le daba en la espalda.—Lucia...

—Puede ser.—Harry se encogió de hombros.

—No me dejas terminar.—se quejó el italiano, negando con la cabeza.—Así puedo decirle "anda, Lucia".—imitó el acento español de Harry, éste, por su parte, rodó los ojos, sabiendo que probablemente algún chiste vendría a continuación.—Y me haría acordar a vos, a tu ciudad.

Inmigrantes [L.S] ✔ #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora