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La mañana había sido un suplicio total.

La Universidad no era como Harry había pensado. Aunque no por eso la odiaba.

Le encantaba su carrera, claramente. Estaba más que decidido a terminarla y a poder diseñar millones y millones de vestidos, a ser alguien importante para trabajar en marcas famosas como Prada, Chanel, o incluso Burberry. O quizás abrirse su propia marca.

Y sabía que era un año intenso de puro estudiar y estudiar, pero lo lograría. Claro que lo haría, le cerraría la boca a todos los que alguna vez tuvieron la dicha de hablar pestes de él, de tratarlo de maricón o de señalarlo con el dedo, de denigrarlo y hacerle creer que su vida no valía nada por su orientación sexual.

Y Harry en serio que se reía cada vez que se imaginaba las caras de los amigos de sus padres cuando observaran a sus esposas e hijas desfilarles los vestidos que él mismo había cosido.

De sólo pensarlo las mariposas revoloteaban como locas en su estómago.

Ese día aprendió demasiadas cosas, pero la más importante era que tenía un nuevo amigo; Eros.

El muchacho de cabellos castaños y ojos celestes, al parecer era argentino, pero sus padres eran griegos, por eso su nombre y su manera de vestir.

Realmente Harry pudo callar las voces en su cabeza cuando estuvo con él, fue como si lo distrajera de la realidad; que era un martirio.

Cuando tocó el último timbre, avisando que ya todos debían volver a casa, el cuerpo entero del español se tensó. Se quedó inmóvil sentado en el tercer escalón, observando el cielo teñirse en tonos oscuros y a la luna hacer acto de presencia, porque no quería volver a casa.

Había estado todo el día encerrado en ese establecimiento educativo y se rehusaba a volver a su hogar, a descansar como debía. Y todo porque no quería volver a pelear con Louis.

Sabía que las cosas no iban a quedar así como así, menos con lo que había sucedido en la madrugada. Era obvio que tendrían que hablar y solucionar todo. Pero no quería. Ya no deseaba sufrir más.

Demasiado con cada golpe y palabras hirientes de sus padres.

Suspiró, volviendo a sostener su cabello en un rodete cuando se dio cuenta que ya no podía seguir atrasando el destino; tenía que regresar a la mansión.

Se puso de pie, tomando la mochila y comenzó a caminar, en cualquier dirección.

No tenía ni idea de a dónde ir, probablemente seguiría el camino hasta el centro y de allí tomaría un taxi, o un colectivo.

Lo más seguro que un taxi, a Harry no le gustaban los colectivos.

Pero entonces, como si fuera por obra del destino o de alguien que al español no le gustaba llamar Dios, un auto pasó por su lado. Entonces Harry sintió la necesidad de detenerse, de hacer que sus pies dejaran de moverse, porque algo le decía que ése auto lo buscaba a él.

El vehículo se detuvo un par de cuadras más adelante, y Harry pudo observar como el conductor inclinaba su cuerpo por todo el asiento y abría la puerta, dándole a entender que se subiera pronto.

El español movió sus pies a la velocidad de la luz, corriendo hacia el auto extraño.

Sus zapatos, que aún seguían lustrados, chasqueaban contra el pavimento, algunos mechones rizados se escapaban de su peinado, revoloteando hacia atrás al igual que partes de su camisa floreada, que para colmo iba prendida en un solo botón; el del medio.

Se infló el pecho cuando respiró profundamente, llenando sus pulmones de aire al detenerse frente al auto.

Quiso llorar. En serio.

Inmigrantes [L.S] ✔ #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora