Parte 7. La carnicería.

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Los párpados me pesaban y el dolor punzante que no me dejaba olvidar mi mierda y que estaba hundida en lo más profundo de el infierno al que me condene sola.

Mi cuerpo tiembla ante la debilidad y la luz de la sala hace arder mis corneas. Oí pasos lejanos acercándose a mi. El matón del ruso me tiró como un costal al piso frio y blanco ahora manchado de mi sangre.

Intenté levantar mi cabeza y esforzarme para luchar contra el dolor.

Me fui arrastrando fin ningún lugar a dónde ir dejando mi rastro de sangre, mi cuerpo aún pedía huir aunque no tenía donde.

Dos pares de zapatos caros se pararon frente a mi puestos en unas largas piernas vestidas de un pantalón blanco y me detuve.

—Prinzessin.

Una voz familiar, suave y varonil. Era el sonido de mi condena. Eran las campanas de mi apocalipsis.

En ese preciso momento el poco aire que llevaba dentro desapareció y un estremecimiento me invadió. Era miedo.

Jadeante levanté mi cabeza encontrándome con la persona que creí jamás volver a ver.

—Gunther.

La sonrisa de su rostro se alargó tenebrosamente.

—Vamos a casa.

Cerré mis ojos con fuerza pidiendo por dentro que sea una pesadilla. La venganza de Viktor no había terminado y la de Gunther estaba a punto de comenzar.

—Por favor. —pedí como si fuese a significar algo para él— Mátame.

Ya no tenía por qué vivir. Dentro mío había un vacío, una especie de agujero negro que absorbía toda mi fuerza y mis ganas. Dentro mío todo estaba extinto.

Él sólo me ignoró y otra vez sentí como me clavan algo en el cuello y mi miedo junto con mi conciencia desaparecieron.

El olor al pasto y las flores silvestres del bosque de Hidden Woods aparecieron para hacerme respirar. Pude sentir las hojas y ramas debajo mío, hasta el ruido las alas de los pájaros chocar contra los tallos de los árboles. El aleteo de los colibríes y el correteo de las ardillas.

Estoy en casa.

Al abrir mis ojos el sol que se filtraba por los árboles me hizo sonreír.

—Thomas, no es gracioso.

Reí y me levanté estirando mi cuerpo sintiéndome otra vez en paz.

—Thomas, ya sal.

Odio cuando me juega esas bromas, cree que me asusta pero el bosque y él son lo que menos me asusta.

Unos brazos fuertes me envolvieron apresando los mío. Solté una risa inocente. No lo sentí acercarse.

—Te dije que no me asustabas.

—Deberías, reina mía.

Una sensación de terror y parálisis me invadió de pies a cabeza. Unos fríos labios tocaron el lóbulo de mi oreja y cerré mis ojos pidiéndole a Dios que sea solamente un maldito sueño.

Despierta, Em.

—Ahora serás mía, para siempre.

¡No!

Por favor, esto no puede estar pasándome.

El susto y el ruido constante de mi corazón retumbando dentro de mi pecho me hizo cerrar los ojos con fuerza. Llegué a pensar que estaba teniendo un ataque de pánico o tal vez alucinando cuando abrí mis ojos y lo único que note fue oscuridad y un frio que me estaba congelando los huesos.

El infierno de Ganske.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora