—Oí que aceptaste ver a un cliente.
Las venas de sus brazos se marcaban como si estuviese haciendo fuerza con ellos y un esfuerzo para no destruir el escritorio. Sus ojos no me veían, solo estaban concentrados en la vestimenta que llevaba.
Un brasier de perlas que a penas cubría algo de piel y mis pezones, una falda muy corta de ceda con un cinturón de perlas y unos zapatos de plataforma dorados más altos de lo que puedo aguantar.
—Eso era lo que querías ¿No? —me crucé de piernas de manera en que sus ojos se fijaron en mis pequeñas bragas cuando lo hice.
Sabía lo que estaba haciendo y sabía también que podía hacerlo muy bien.
—¿Lo has disfrutado?
Podía ver el morbo en sus ojos y la mezcla de celos e ira que sentía. Conozco perfectamente esta clase de psicópatas.
—¿Tú qué crees? —me inclino dejando mi escote más cerca de sus ojos.
—No escucho quejas ni reclamos.
—¿Tú estás feliz?
Era hora de dar vuelta el juego. Tal y como me lo ha dicho Andrey.
No estaba feliz. Quizá Gunther no era un libro abierto pero sus ojos lo delatan igual que ese pequeño tic en su mandíbula que me avisa que está a punto de explotar.
—Me estás haciendo ganar fortuna con tus bailes.
—Eso no fue lo que pregunté.
—No creí que te importara mi felicidad, prinzessin.
Caminó a lo largo de su escritorio hasta llegar a donde yo estaba sentada. Se paró a unos cuántos centímetros y me inspeccionó buscando descifrarme.
No iba a encontrar nada.
—No lo estás. —sonrío.
No respondió.
—Si no te conociera diría que estás celoso.
Otra vez el tic.
—No me provoques, Emily. —gruñe.
Me levanté quedando a su altura gracias a los enormes zapatos y con mi dedo índice subí por su chaqueta hasta tocar su corbata y engancharla con el dedo para acercarlo a mí.
—Tal vez quisieras que te baile solo a ti.
Allí lo vi, como su mente se quemaba y su imaginación volaba. Lo veía en sus ojos y en la forma tan irracional de su respiración.
Me deseaba y sabía que si lo acercaba un poco más iba a poderlo sentir en su entrepierna.
Pero su fantasia se apagó y mis planes se aplacaron al momento en que alguien golpeó la puerta del despacho.
—¿Quién es? —gruñe sin quitar sus ojos de los míos.
Mi dedo dejó su corbata y cuando estaba a punto de apartarme su mano atrapó la mía con brusquedad.
—Señor, tenemos un problema.
Uno de sus hombres entró y se aclaró la garganta al ver la acalorada situación.
—¿Qué pasa? —a penas volteó la cabeza para oír al tipo.
—Diez, está dando problemas otra vez.
—Joder con esa mujer. —ruge y suelta mi mano.
Mí corazón se aceleró al escucharlo.
¿Tatiana?
ESTÁS LEYENDO
El infierno de Ganske.
RomansaSegundo libro de la trilogía Beist. Luego de la muerte de Thomas o, al menos lo que todo el mundo cree menos ella. Emily se verá decidida a continuar con el nombre y el legado de Beist haciéndose cargo de el gran imperio Breivik que tanto le quieren...