Parte 9. El sacrificio.

393 28 4
                                    

Beist:

—Vaya —habla Aiden— ¿Por qué no me sorprende?

Mi tío ríe sin gracia.

—Si a ti te encanta revolcarte en las sobras de Thomas, Ivar.

—¡Cierra la boca, Aiden! —le chilla ella pero solo provoca que Aiden ría.

Mis ojos no salen de ella, sé que la estoy poniendo incómoda. Sabe lo que significa la traición y que si tuviese la oportunidad en este momento la mataría sin dudar.

Cuánto tiempo ha estado conspirando y sabiendo de los planes de mi tio a mis espaldas y yo como idiota nunca dudé de ella.

—Y a ti —Aiden se dirige a ella continuando con su burla— ¿Te cansaste de estar bajo la sombra de Emily que tuviste que acostarte con este? Claro si son tal para cual.

—¡Ya! —gruñe Ivar— Cierra el pico.

—Púdrete.

—¿Qué se supone que significa esto? —hablo yo— ¿Para qué la has traído? Como si me importara que te la estés tirando.

Sabía que a ella le dolían mis palabras y esa era mí intención, que sepa que a pesar de su traición me importa una mierda con quien se acueste, ya no es relevante para mi.

La única que me importa es mi fiera.

—Solo quería que supieras que siempre he estado un paso adelante de ti, sobrino.

Resoplo sonriendo.

—Tanto así —se aproxima quedando a pocos centímetros de mi cara—, que nunca supiste que tu madre no está muerta.

En ese instante un silencio inundó mi alrededor, fue como si todo se apagara y solo quedaran las últimas cinco palabras que salieron de la boca de mí tío. Estaba completamente aturdido, las voces se oían desde lejos casi inaudibles.

Los gritos de Aiden y la carcajada de Ivar se oían a kilómetros.

Mi cuerpo ya no reaccionaba y mis ojos se clavaron justo en los de mi tio. Negros como los mios, hasta que recuerdo como mi madre siempre solía decirme que era muy parecido a él de joven, con esa mirada fría y sin alma, pero que sabía que en mi interior no era nada que ver a él. Yo iba a ser mejor.

La felicidad de mí tío ante mi aturdimiento me hizo entrar en razón. Quizá esto es una broma y solo quiere joderme, pensé.

—¿Cómo sé si dices la verdad?

Su sonrisa no desapareció, en cambio se amplió aún más.

—¿Para qué habría de mentirte, sobrino?

—Dónde la tienes. —mi voz se oscureció más y sentía como las venas de todo mi cuerpo estaban a punto de explotar.

—Desgraciadamente la vendí. —se encoje de hombros— Hace muchos años, no me servía tenerla prisionera —camina al rededor de su escritorio y se sienta, mientras que Freya hace lo mismo pero se sienta en el brazo de su sillón cruzando sus piernas—, era un jodido grano en el culo igual que su hijo.

El infierno de Ganske.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora