CAPÍTULO UNO

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CAPÍTULO UNO

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El Ring de una alarma sonando fue lo que provocó que la pelinegra abriera sus ojos y observara a su alrededor. Era un nuevo día, un aburrido día más de escuela.
Sacándose las sábanas de encima, Fumiko se apresuró a entrar a su baño y darse una corta ducha, saliendo y preparándose después. Desde su habitación podía escuchar los cubiertos en la cocina sonando al chocar entre sí, seguramente su padre aún continuaba en casa, preparándose para marcharse al trabajo.

¿Una pequeña descripción de sí misma? Fumiko había nacido en una familia de clase media, sin lujos, pero sin necesidades. Desde que tenía memoria había vivido con su padre, y a sus ocho años vivió el abandono de su madre, mujer quien le dejó con un padre soltero encargado de una niña sin saber cómo cuidar de un infante.
Por esa razón la chica no podía quejarse del hombre mayor, lo había entregado todo de sí mismo para ser un buen y amoroso padre.

Saliendo de su habitación, Katō se dirigió a la cocina, encontrándose de frente con su padre quien preparaba el desayuno para ella.

— Buenos días. — El hombre se sobresaltó, girándose momentos después.

— Oh, buenos días, corazón. — Hiroshi sonrió. — ¿Tienes hambre? Te preparé el desayuno.

— Te he dicho muchas veces que puedo hacerlo sola, asegúrate de llegar a tu trabajo a tiempo. — Fumiko se acercó al mayor, recibiendo un fuerte abrazo de su parte.

—Lo siento, no puedo dejar que mi hija vaya con el estómago vacío a la preparatoria. — El hombre de negros cabellos salió de la cocina, tomando sus cosas. — Me voy, cuidado al volver, cielo.

— ¡Ten buen viaje!

La puerta se abrió y momentos después se cerró. Katō sonrió tomando su comida, desayunando en unos cuantos minutos.
Un fugaz recuerdo llegó a la mente de la chica, su mente le devolvió horas atrás, al día anterior cuando se encontraba en aquel salón vacío de clases con ese joven de grisáceos cabellos, ambos concentrados en lo suyo, pero a la vez pendientes del otro.

Un pequeño sonrojo se instaló en las mejillas de Katō y moviendo su cabeza de un lado a otro para distraerse terminó su desayuno y volvió a lavar sus dientes.
Tomando sus cosas importantes, la ojiazul salió de su hogar, comenzando con su usual recorrido hacia la preparatoria a la que asistía.

Durante el camino sacó sus audífonos y se deleitó con el agradable ritmo de esas canciones románticas que solía escuchar todas las mañanas.

Eran sus favoritas.

Sus pies se detuvieron de golpe, observando la gran entrada a su preparatoria, entrando por ella cientos de otros estudiantes.

— ¡Fumiko! — Sus ojos se movieron rápidamente hasta ver a un chico de su misma edad acercarse, sus largos cabellos moviéndose y desordenándose con el viento hasta estar a su lado. — ¿Qué tal?

— Katsuo. — Katō se retiró los audífonos, entrando junto al muchacho a la gran construcción. — Estoy bien ¿Qué tal tú?

— Olvidé traer mi proyecto de Historia. — Fumiko le miró por unos segundos con sorpresa. — Pero no importa, le pasaré algo de dinero a la profesora y le pediré que me deje hacerlo mañana.

— Eso es jugar sucio.

— A veces hay que hacerlo para tener éxito en la vida, mi querida y linda Fumiko. — Ambos rieron. — ¿Y dónde está el afortunado?

— ¿Hablas de...?

— ¿De quién más si no es él? — Itō notó cómo un suave color decoraba las mejillas de la pelinegra a su lado.

— No he hablado con él hoy, seguramente estará ya en el salón de clases. — Fumiko se encogió de hombros. — Me pidió que me quedara hoy por la tarde para ayudarle con un par de proyectos que tiene.

— ¿Por qué sigues ayudándole si ni siquiera te paga? — Preguntó el mayor, Katō le miró.

— Es mi amigo y-

— Y te gusta. — El rubio soltó un largo suspiro. — Pídele siquiera que te dé algo, no puedes trabajar de a gratis.

— No todo en la vida es dinero. — Fumiko y Katsuo se detuvieron frente al salón de la pelinegra, el chico le miró.

— ¿Qué dices? La vida se basa en mover el dinero a nuestro antojo, sin él estás acabada.

— De cierta manera tienes razón. — Katō sonrió con diversión. — Pero no le cobraré, me gusta ayudarlo.

Ambos giraron su rostro al escuchar unas pisadas y momentos después un par de orbes violeta se dejaron ver, moviéndose rápidamente hacia donde se encontraban la pelinegra y su amigo.

— Mitsuya.

— Itō. — Ambos hombres de observaron por unos segundos, siendo Katsuo el primero en desviar la mirada para ver a la menor.

Fumi. — Katō miró al rubio. — Debo de irme, nos vemos más tarde ¿Bien?

— Por supuesto, esfuérzate.

— Nah. — Fumiko rio mirando al mayor retirarse, momentos después giró su rostro notando la sonrisa en el rostro de Takashi.

— Buenos días, Mitsuya.

— ¿Cómo amaneciste hoy, Fumiko? — Ambos se adentraron en el salón. — ¿Hiciste tu tarea?

— La hice... — Mitsuya elevó una ceja. — Bueno, lo intenté.

— Te he dicho en repetidas ocasiones que si no comprendes algo puedes pedirme ayuda. — El mayor se dejó caer en su silla, Fumiko hizo lo mismo, dejándose caer en el asiento de en frente.

— No quiero molestarte con eso, además siempre estás ocupado con cosas más importantes. — Katō miró al mayor. — Le pediré ayuda a Katsuo si es necesario, no te preocupes.

Mitsuya frunció el ceño.

— Ese sujeto es peor que tú en la escuela.

— No lo creo, pero fingiré que sí. — La menor se recostó sobre su mesa, cerrando sus ojos y escuchando el usual ruido presente en las escuelas: pisadas, voces, uno que otro grito y profesores hablando.

— ¿Hablaste con tu padre sobre quedarte hoy después de clases? — Fumiko sintió su cara enrojecer.

— Sí, lo hice. — Mitsuya asintió. — ¿Qué harás esta vez?

— Ya lo verás, es una sorpresa. — Katō sonrió. — Creo que te gustará bastante.

— Eres muy bueno, todo lo que haces me gusta. — Takashi dejó de ver su cuaderno de bocetos, elevando la mirada hasta encontrarse con los ojos azules de la menor. Una pequeña sonrisa se estiró en el rostro de la pelinegra.

— Me alegro de eso. — Respondió finalmente el mayor. — Si te gusta puedes quedártelo.

— ¿Hablas en serio?

— Hablo en serio. — Takashi sonrió. — No me preguntes, sola tómalo y llévatelo.

Fumiko asintió, escuchando las pisadas de los estudiantes ingresando al salón acompañados por el profesor de matemáticas. Mitsuya le hizo una seña a la menor para que girara y se concentrara, Katō se giró, mirando atontada al pizarrón.

Mitsuya Takashi era el hombre perfecto.

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𝑳'𝒂𝒔𝒔𝒊𝒔𝒕𝒂𝒏𝒕 [𝑴𝒊𝒕𝒔𝒖𝒚𝒂 𝑻𝒂𝒌𝒂𝒔𝒉𝒊 𝒙 𝑶𝒄]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora