CAPÍTULO OCHO

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CAPÍTULO OCHO

Ausencia,

Fumiko sintió sus mejillas pintarse de rosa al sentir al mayor succionar suavemente de su labio antes de alejarse y mirarle a los ojos.

Un sonrojo se había instalado en las mejillas de Mitsuya haciéndolo ver aún más irreal.

— Fumiko. — Takashi rio nervioso. — ¿Estás despierta?

— Lo estoy. — La menor sonrió avergonzada terminando de comer su helado.

Aún podía sentir el dulce de los labios contrarios mezclado con el sabor de ese helado de vainilla en la mano ajena.

— Te llevaré a casa. — Katō asintió, ambos se pusieron de pie, tomando nuevamente sus manos.

Había sido su primer beso.

Y eso lo hacía aún más encantador para la pelinegra.

— Gracias por esto. — Takashi miró a la más baja quien sonrió. Inconscientemente él sonrió también.

— No fue nada.

Esa noche después que el mayor la dejara en su casa Fumiko celebró en su habitación saltando sobre su cama con emoción, no creía que nada de esto estuviera pasando, y aunque le decepcionaría no le sorprendería si de repente su alarma sonara indicando que todo había sido un sueño.
Pero después de tanto festejar no pudo evitar caer dormida de inmediato, abrazando la almohada mientras una sonrisa se estiraba en su rostro.

Por su parte Mitsuya preparaba la cena sin escuchar el ruido de fondo causado por sus hermanas menores jugando en la sala de estar, su vida se encontraba fija en la comida dentro de la olla que cocinaba, sus comisuras continuaban elevadas y en ocasiones la mayor de las niñas podía observar cómo en el rostro de su hermano aparecía un extraño tono rojizo que le hacía recordar mucho a un tomate.

Solo eran dos jóvenes enamorados del otro sin saber lo que les preparaba el destino.

[...]

Fumiko entró a su salón, sorprendiéndose al no encontrarse con el muchacho de orbes violeta ahí. Usualmente Takashi solía estar en el salón temprano, era demasiado raro verle llegar tarde un miércoles por la mañana.

Katō tomó asiento en su sitio y esperó a que las clases comenzaran, y cuando la campana y las pisadas de estudiantes sonaron la pelinegra entendió que quizá Mitsuya no se presentaría ese día.
Su día fue realmente aburrido, en clases solía hablar con el oji-violeta, era la única persona con la cual se llevaba bien en ese salón, y no tenerle a su lado logró que su día se volviera largo y gris.

A excepción por ese rubio que apareció en la entrada cuando las clases culminaron. Fumiko sonrió corriendo hasta su lado, y juntos ambos se encaminaron hacia sus hogares.

— ¿Hoy no apareció el idiota?

— No lo llames así. — Katō sonrió. — Seguro tuvo algún problema en casa y no pudo asistir, le enviaré un mensaje luego.

— No debió sucederle nada, ese sujeto sabe defenderse bien. — Katsuo miró a la nada por unos segundos.

Había algo que la ojiazul no sabía de sus amigos aún, algo que ambos habían omitido comentar, y no estaban en su obligación, pero tampoco lo habían hecho con mal. A pesar de conocerse por un considerable tiempo, Katsuo decidió abstenerse a comentarle a la pelinegra sobre su pasatiempo de las tardes-noches, sobre lo que hacía cuando nadie lo veía o con quienes se reunía todos los días al salir de clases, y aunque deseara decírselo a su mejor amiga, evitó hacerlo para protegerla de ese mundo, no quería que ella estuviera involucrada en esos asuntos.

— Llegamos. — Itō sonrió moviendo su mano de un lado a otro en despedida. — Nos vemos mañana, Fumi.

— Hasta luego, cuidado al volver.

— Claro. — El rubio desapareció pronto del campo de visión de la menor.

Katsuo borró su sonrisa, continuando su camino hasta casa en donde reemplazó su uniforme escolar por un uniforme negro con grabados en él. Su rostro amable y carismático cambió a uno serio y molesto al salir de su hogar, encaminándose a un punto de reunión al que solía ir cada noche.

Allí había muchas personas más.

Pandilleros.

No pertenecía a una pandilla muy grande, en realidad era un grupo creciente el cual comenzaba a ser reconocido por los otros grupos de la zona. Los Furious Devils eran liderados por un hombre fuerte que no dudaría en patear el trasero de cualquiera que se metiera con él.

Así como cualquiera que lo traicionara.

Itō saludó a un par de hombres a los cuales conocía, sus más cercanos compañeros de pandilla. Juntos se formaron en las filas, prestando atención al discurso de esa noche. Había un nuevo miembro. Katsuo esperó de todo, un fortachón, un debilucho, un alto o un bajo hombre.

Lo único que no esperó fue ver a una mujer caminar al frente y presentarse como el nuevo miembro del grupo bajo el mando del capitán de tercer escuadrón de aquella pandilla, una mujer rubia de ojos negros con una expresión molesta, diciendo con sólo su mirada que en ella había un objetivo y no estaba ahí por simple pasatiempo.

— ¿Una mujer? — Los hombres comenzaron a murmurar, el ceño de Itō se frunció mientras adentraba sus manos a los bolsillos de su pantalón observando a esa rubia.

De cierta manera le parecía familiar, demasiado, y tenía un muy mal presentimiento sobre ella.
El grito del líder silenciando a todos llamó su atención, haciendo que se enderezara.

Katsuo estaba realmente preocupado de la decisión de su jefe.

Por otro lado, Fumiko terminaba de cambiar su uniforme por un pijama y bajaba a la cocina para preparar la cena, su padre llegaría pronto y quería tener la comida preparada para cuando lo hiciera.

No era la mejor cocinando, pero tampoco la peor, y según las mentiras de su padre su comida era deliciosa, aunque la pelinegra estaba convencida de que era lo contrario.

— Le preguntaré a Mitsuya cuando vuelva a venir. — Susurró Katō terminando de cocinar. — Seguro sabe a barro.

— ¿Qué sabe a barro? — La ojiazul se sobresaltó, al girarse se encontró con su padre de frente.

— Papá ¿Cuándo llegaste?

— Justo ahora. — El hombre se acercó depositando un corto beso en la frente de su hija. — Huele delicioso, no puedo esperar por comer.

— Deja de mentir, papá. — El mayor sonrió.

— No miento, cocinas maravilloso, corazón. Yo serviré la comida, ve a poner la mesa.

— Bien.

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𝑳'𝒂𝒔𝒔𝒊𝒔𝒕𝒂𝒏𝒕 [𝑴𝒊𝒕𝒔𝒖𝒚𝒂 𝑻𝒂𝒌𝒂𝒔𝒉𝒊 𝒙 𝑶𝒄]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora